dimecres, 7 de novembre del 2012

701-La receta alemana, basada en imponer estrictos recortes y una reducción de salarios al menos al Sur de Europa, no funciona.

La receta alemana, basada en imponer estrictos recortes y una reducción de salarios al menos al Sur de Europa, no funciona: Europa se enfrenta a un largo periodo de austeridad, recesión, desempleo y caída de los niveles de vida, el caldo de cultivo idóneo para los movimientos populistas.
Cuanto más se prolonguen estas condiciones, más europeos se volverán en contra del euro, la inmigración y el libre comercio. Ese es el análisis que tienen encima de la mesa Washington y Pekín, que comparten los mercados, sean quienes sean los mercados, y hasta los propios líderes europeos, siempre en privado y con la boca pequeña. Pero no todo está perdido: la sospecha de que la medicina que Alemania está obligando a tragar a media Europa no sirve emergió hoy con fuerza en los discursos de los políticos europeos, de los banqueros centrales e incluso de los militares portugueses, tras la detonación que han supuesto las elecciones en Francia y las serias dificultades de Holanda, el alumno aventajado de Berlín, que ahora es incapaz de seguir sus pasos. Europa necesita crecer; no basta con el látigo de las reformas, de los recortes. No basta con usar la tijera: ese es el mensaje. Las miserias de Atenas, Lisboa y Dublín empiezan a verse en las calles de Madrid y Roma: palabras mayores. Y de alguna manera esos miedos están a las puertas de París y Ámsterdam, el núcleo duro de Europa: palabras aun mayores.

La retirada es la más difícil de todas las operaciones. Pero quien se empecina en un callejón sin salida y es incapaz de dar marcha atrás, ¿no provoca su propia derrota? Los ecos de esas palabras de Clausewitz se escucharon con voz nítida en el Parlamento Europeo, en Bruselas, pero también a casi 2.000 kilómetros de allí: en Lisboa, donde los capitanes portugueses que protagonizaron la Revolución de los Claveles se negaron a asistir a las celebraciones oficiales. "Las medidas y los sacrificios impuestos a los ciudadanos sobrepasan los límites de soportable", dijo Vasco Lourenço, uno de esos capitanes que acabaron con la dictadura portuguesa en 1974. La institución que tiene las llaves de la salida de la crisis, el Banco Central Europeo (BCE), no fue tan lejos. Y sin embargo el presidente del BCE, Mario Draghi, dio un giro que puede ser fundamental en la gestión de la crisis europea, y que indica que los equilibrios de fuerzas han cambiado. Draghi insistió durante un largo discurso en el Europarlamento con la consabida necesidad de recortes y reformas, pero al ser preguntado por Francia sacó la pistola y disparó lo que parece el tiro de gracia al fundamentalismo de la austeridad que domina la política económica europea desde hace meses. "Europa necesita un pacto por el crecimiento", espetó Draghi.
Algún diplomático en Bruselas viene a decir que el rigor, cuando se administra en exceso, se convierte en rigor mortis. El debate entre austeridad y crecimiento emergió tras superar la fase más aguda de la crisis, con Europa y Estados Unidos optando por soluciones opuestas: recortes europeos o alemanes, aplicados con disciplina de mercado, frente a estímulos americanos. Francia y Holanda vienen ahora a equilibrar esa balanza, en una posición que puede beneficiar a España e Italia. Hasta ahora, Europa solo está viendo los efectos negativos de la austeridad: más recesión, más paro, más pobreza. Se supone que al final del camino está una recuperación de la economía europea asentada sobre bases más firmes. Pero no hay una base científica que avale esa posibilidad, y de momento todo lo que se ve es un frenazo en seco de la economía europea.

"Desde un punto de vista abstracto, siempre se puede atender una deuda. Pero hay un umbral político, social y tal vez moral incluso más allá del cual esta política se hace inaceptable", dejó escrito en su día Jack Boorman, del siempre ortodoxo Fondo Monetario Internacional (FMI). Europa, al menos una parte de Europa, está cerca de ese punto: sumida en una crisis que ha hecho que el miedo cale en las gentes, y en la que la impresionante disciplina presupuestaria no ha resuelto la confianza en la deuda pública y en el sistema bancario. En el sur de Europa hace tiempo que algunas voces destacan que la propuesta alemana es contraproducente.

El peligro último, puede ser que los recortes conduzcan a un populismo como en los años treinta del siglo pasado. Pero Merkel sigue en sus trece: "Las cargas salariales no deben ser demasiado altas y las barreras al mercado de trabajo deben ser bajas para que cada uno pueda encontrar un empleo".

Y eso es lo que empieza a soliviantar a algunos políticos europeos, que consideran que Berlín ha ido demasiado lejos. Europa aceptó la austeridad y el resto de dogmas alemanes con la esperanza de que Merkel suavizaría el tono cuando viera que el resto de Europa abrazaba las reglas fiscales estrictas. No ha sido así. El político italiano Romano Prodi capitalizó buena parte del desencanto y propuso un golpe de timón inmediato: "Si Alemania parece estar convencida de poder hacerlo sola, Italia debe trabajar con Francia y España para relanzar Europa". "Es necesario cambiar de política", proclamó el ex primer ministro italiano y expresidente de la Comisión Europea.

"En última instancia, los alemanes intentarán salvar el euro. Pero en París y en Bruselas preocupa cada vez más que para cuando por fin decidan moverse sea demasiado tarde", explicaban fuentes diplomáticas en la capital europea hace unos días.

La sospecha es que las tesis alemanas han agravado el estancamiento económico en casi todos los países de la eurozona, la posibilidad de impago de la deuda soberana de una parte de ellos (que han sobrepasado la categoría de los periféricos) y las incógnitas sobre la liquidez y la solvencia de la banca, el aparato sanguíneo del sistema económico. La avería ya va más allá de la economía.

Fuente: Fundación Progreso y Democracia


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