dissabte, 23 de març del 2013
765-EL PAPA ALEJANDRO VI (Rodrigo Borgia)
En el cónclave de 1492 en que fue elegido papa no se tuvieron en cuenta sus méritos personales, sino que los criterios de elección fueron otros: se atendió a posturas más políticas que religiosas.
El papa Alejandro había sido con anterioridad vicecanciller de la Iglesia, general de sus ejércitos y prefecto de Roma, además de persona de confianza de los cuatro papas precedentes y sagaz diplomático desempeñando funciones de legado de la Santa Sede ante las cortes europeas. Reunía, pues, las condiciones precisas para gobernar unos estados —los pontificios— que buscaban su engrandecimiento territorial y político, ajenos a que constituían el patrimonio material de una organización eclesiástica de finalidad exclusivamente espiritual.
Una de las familias más poderosas del siglo XV fue la de los Borgia. Este núcleo valenciano (Borgia es la italianización del apellido Borja) intentó someter a media Italia, bajo el influjo de la Santa Sede, hasta el punto de querer convertirla en una pseudo-monarquía hereditaria. En la actualidad, Italia se encuentra unificada, pero en el renacimiento estaba conformada por un puzzle de ducados, repúblicas y reinos. Dentro de esta poderosa familia, tres de sus miembros han pasado a la historia: el Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) y sus hijos César y Lucrecia.
Rodrigo de Borja nació en Játiva, cerca de Valencia, el 1 de enero de 1431. Su tío materno (en ese momento era Obispo de Valencia y luego se convertiría en Calixto III) lo envió a estudiar a Bologna y en febrero de 1456, cuando tenia 24 años, fue nombrado diácono cardenal. Gracias a sus contactos con los monasterios y obispados, Rodrigo se convirtió en vice-cónsul de la Santa Sede en 1457, una sede que, manteniéndola bajo los cuatro papas siguientes, le permitió acumular una vasta fortuna de tal manera que fue reconocido como el segundo cardenal más rico.
Así, Rodrigo prosperó rápidamente en los tres años que su tío fue pontífice, además realizaba estudios legislativos en la Universidad de Bologna. En este período, Calixto III, encomendó a su sobrino numerosas misiones, la más destacada fue el Oficio de Vicecanciller Vaticano, lo que le permitiría al futuro Alejandro VI ponerse en contacto con aquellas redes neurálgicas que estructuraban el complejo estado.
Cuando Calixto III falleció, en 1458, Rodrigo había tejido las alianzas necesarias para mantenerse en la “tupida telaraña del poder”. Pronto se estableció en Roma sin perder contacto son Valencia. Más allá de sus numerosas obligaciones, no descuidó sus relaciones privadas. Así, tuvo 10 hijos conocidos a lo largo de su vida, ya sea siendo Cardenal o Pontífice. De sus hijos se destacaron César, Juan, Lucrecia y Jofre, frutos de su romance con Vanozza Catanei, su amante preferida. Sólo estos cuatro fueron reconocidos como los legítimos Borgia, los otros, representaron un papel más modesto, y fueron relegados al ostracismo en la mayor parte de los casos.
SU ELECCIÓN PAPAL: la venta de cargos era una práctica común en la Roma del renacimiento: se vendían indulgencias, se remataban capelos cardenalicios y hasta el puesto de sumo pontífice. Sin embargo, Rodrigo debió ofrecer una suma considerable, porque su contrincante, el Cardenal Della Royere) era un candidato con un respaldo económico considerable.
El papado le costó a Rodrigo Borgia centenas de miles de ducados, además de favores y títulos. El contexto a finales del conclave dibujaba un panorama complicado: Della Royere contaba con un depósito de 200.000 ducados de oro del rey de Francia, más otros 100.000 de la República de Génova. Incluso, era el protegido del rey francés y contaba con los votos de los cardenales de ese país. Y solamente quedaban cinco votos para comprar. No obstante, a Borgia no le faltaba dinero y estaba dispuesto a arriesgar su capital para asegurarse un buen negocio, tal vez el mejor de la época: ser Papa. De esta manera, al mayor de sus rivales, el cardenal Sforza de Milán, le envió cuatro mulas cargadas de plata, el cardenal aceptó y con eso obtuvo su apoyo; al cardenal Orsini le cedió varios castillos y, de esa manera, se aseguró la ayuda de esa familia romana. Además, decidió regalar algunas abadías y mansiones. Ya casi sin nada que ofrecer, descubrió que aún le faltaba un voto. Sin embargo, el Cardenal Gherardo de Venecia, se lo concedió de manera gratuita. La razón de este apoyo gratuito, los historiadores se lo atribuyen a su senilidad, ya que tenía 96 años.
Luego de esta búsqueda de contactos, Borgia consiguió su objetivo, fue elegido Papa por la cónclave de 1492, como bien se demuestra, esta elección atendió a cuestiones políticas mas que religiosas. Della Royere, consciente de la situación a la que se hallaba expuesto, huyó para salvar su vida y no regresó hasta diez años después, luego del fallecimiento del Papa Alejandro. Se comenta que durante la ceremonia, Giovanni de Médici le susurró al cardenal Cibó: “Ahora ya estamos en las garras del que quizá sea el más sanguinario de los lobos, o huimos o, qué duda cabe, nos devorará a todos”.
Como se expresó anteriormente, el Papa Alejandro había sido con anterioridad vicecanciller de la Iglesia, general de sus ejércitos y prefecto de Roma. Incluso se había convertido en una persona de confianza para los cuatro papas precedentes. En realidad, era un sagaz diplomático desempeñando funciones de legado de la Santa Sede ante las cortes europeas. Demostraba con toda certeza que reunía, pues, las condiciones precisas para gobernar unos estados —los pontificios— que buscaban su engrandecimiento territorial y político, ajenos a que constituían el patrimonio material de una organización eclesiástica de finalidad exclusivamente espiritual.
Y realmente, Alejandro VI realizó un magistral “gerenciamiento” de su tiempo, ya que supo coordinar variadas actividades, una implacable persecución de sus enemigos (reales o imaginarios), conjuntamente con el manejo de la vida marital de su hija Lucrecia, para obtener más poder, sin dejar las múltiples correrías amatorias, que no pensaba abandonar por ocupar la silla de Pedro.
LA VIDA OSCURA DE ALEJANDRO VI: A lo largo de su vida Rodrigo matizaba su vocación y su carrera eclesiástica con su tendencia a los variados placeres. Alejandro VI tuvo diez hijos ilegítimos conocidos. Cuatro de sus hijos los había concebido con Vanozza Catanei, su supuesto gran amor. Sin embargo, ese amor se fue extinguiendo. De esta forma, a la edad de 58 años tomó otra amante, Giulia Farnese, joven de sólo 15 años, recién desposada con Orsmo Orsini. El marido de Giulia, nunca demostró incomodidad ante el hecho de que su esposa fuera famosa en toda Italia con dos motes: uno muy literal: “la ramera del papa” y otro más agudo, del orden de la ironía: “la esposa de Cristo”.
Giulia, que era muy bella —Rodrigo Borgia siempre tuvo un gusto exquisito para elegir sus mujeres— no era tonta y, además, buena hermana ya que aprovechó su relación con el Papa para conseguir el capelo cardenalicio para su hermano, el futuro Pablo III. Como se puede apreciar, los italianos eran afectos a los motes e hicieron también lo suyo con el hermano de Giulia: sabiendo que el título de cardenal de su hermano era fruto de sus manejos, no tardaron en nombrarlo como “el cardenal enaguas”. Con Gíulia, el papa tuvo una hija, Laura. En vano fueron los intentos por hacerla pasar por una Orsini (y asi salvarla de su condición de hija ilegitima) ya que Laura era el vivo retrato de su padre. Alejandro VI tuvo dos hijos más con Giulia, Juan y Rodrigo.
Alejandro, padeció sífilis, sin embargo no fue esa enfermedad la que causó su muerte. Sucedió durante unas de las tantísimas bacanales a las que el papa era tan afecto. Cuando el sol cayó, comenzó el habitual jolgorio donde no faltaban mujeres y vino a granel. Pero, parte del vino estaba envenenado. La versión más verosímil afirma que el mismo César había vertido veneno en la bebida (que debía ser ingerida por unos ricos cardenales a los que era preciso eliminar) y que, por equivocación, el brebaje envenenado fue a dar a la boca del papa y hasta del mismo César. El veneno que causó la muerte del pontífice era cantarella, poderoso veneno inventado por el mismo hijo del prelado, que combinaba una dosis letal de arsénico, con vino y menudos de pollo. Sin embargo César, debido a su juventud y fortaleza, pudo recuperarse. Su padre no contó con la misma suerte, las sales arsenicales minaron su estómago y, durante horas, agonizó en su lecho con la cara amarilla, los ojos inyectados en sangre y sin poder deglutir. Luego, su rostro se tomó morado y sus labios se hincharon. Cuando el cadáver fue colocado entre dos cirios encendidos, se había tomado de un profundo color negro y de su boca manaba abundante espuma. Luego se procedió a trasladar el cadáver. En un principio, los sacerdotes no autorizaron su entrada para ser enterrado en la basílica. Finalmente accedieron y se depositó el féretro, por un breve lapso, en la cripta de San Pedro. En 1610, los despojos fueron expulsados de la basílica y, en la actualidad, reposan en la iglesia española de Vía de Monserrato.
Alejandro VI fue hábil político, instigador, asistente a orgías y supuesto padre incestuoso. Más allá de estas macabras características, fue un sincero devoto de la Virgen María e impulsó la costumbre de tocar el Angelus tres veces al día.
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