HACE MUCHO tiempo que en algunos círculos de Cataluña los disparates y
las diatribas sectarias han sustituido a la sensatez y a la inteligencia en el
debate público. Muy lejos ya queda el célebre seny. Pero algunos parece que se entrenan a fondo
para ganar el concurso de necedades. Así, un puñado de filólogos, profesores y
escritores acaba de presentar un manifiesto a favor del catalán como «única
lengua oficial en Cataluña». La plataforma pretende poner su granito de arena
en el proceso de desconexión de España y arremete contra la coalición
gobernante independentista, Junts pel Sí, a la que tacha de «paternalista» por
no atreverse a
proscribir la lengua
de Cervantes.
Los sesudos filólogos justifican su burricie diciendo que las únicas lenguas propias de Cataluña son el catalán,
la lengua de signos en catalán y el occitano. Al castellano y al francés los
despachan como «lenguas vecinas». Y dado que, según denuncian, «el bilingüismo
mata» y los catalanes están sometidos a un proceso «de bilingüización forzosa»
para implantar el castellano, reclaman que se corte cuanto antes por lo sano.
Es de agradecer a Salvador Cardús, Viceng Villatoro
o Josep Lluís Carod-Rovira -el ex líder de ERC- al parecer es toda una
eminencia lingüística que de pronto nos hayan sacado a todos de la supina
ignorancia, empezando por sus propios conciudadanos. Porque hay que admitir con humildad que desconocíamos que el
occitano -esa lengua tan respetable como cualquiera, que apenas hablan hoy varios miles de catalanes en
Vall d'Aran- fuera una de las lenguas propias del antiguo Principado y que, en
cambio, el español sólo sea tai idioma de los invasores vecinos. Lo de menos
es que prácticamente el 100% de los 7,5 millones de catalanes hablen y
entiendan perfectamente la lengua de Lorca, Neruda o García Márquez. Que sea
la lengua materna de más de la mitad de la población. Que en el uso cotidiano,
el 49% de los ciudadanos lo use de forma preferente, frente al 31,9% que hace
lo propio con el catalán -junto a un 15% que se relaciona en ambos idiomas por
igual-. Da lo mismo. Para estos prohombres de la futura república independiente, que tienen una insufrible
visión totalitaria, sectaria y excluyente de la lengua, sería más conveniente
que el Govern decretara una inmersión
obligatoria para que todos los catalanes aprendieran el occitano, antes que
admitir la extraordinaria riqueza que supone tener como una de sus lenguas
propias un idioma que hoy compartimos 500 millones de hispanohablantes en todo
el planeta.
Aseguraba la vicepresidenta del Ateneu Barcelonés que «probablemente
el Manifiesto no le haga gracia a Junts pel Sí». A los líderes de Convergencia
y ERC no sabemos si les provocará el llanto. Pero a cualquier ciudadano, de Badalona
o de Soria, con un mínimo de sensatez, este panfleto no le puede despertar
otra cosa que no sea la risa. Y cabría tomárselo a broma si no fuera porque la
realidad es que las autoridades de Cataluña hace mucho tiempo que ponen
trabas, por ejemplo, al derecho constitucional de poder escolarizar en
castellano. Y las políticas de la Generalitat para imponer el catalán como
lengua exclusiva en ámbitos oficiales ya denigran el idioma que comparten con
todos los españoles. Por eso este Manifiesto, que hoy es un mal chiste, podría
ser cosa muy seria si alguna vez Cataluña se desconectara.
Tret d’un diari del altiplà
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