ASEGURAN las lenguas cachicuernas de triple
brillo, y ofidias, las pobladoras de Ferraz y sus aledaños, que Esperanza
Aguirre ha contratado con un crecido número de restaurantes madrileños una
publicidad singular. Tanto en los platos hondos como en los llanos, también en
los de postre, se imprimirá la vera efigie de la lideresa madrileña. Asi
cuando el cliente apure su gazpacho a las finas hierbas, cuando consuma su
merluza a la romana, cuando se deleite con la tostada crema a la catalana, contemplará
a Esperanza Aguiire que sonreirá desde el fondo del plata La consigna de los
alfiles genoveses de la publicidad está clara: Esperanza hasta en la sopa.
Recuerdo muy bien que, durante mi exilio en
China, al que me envió el dictador Franco por un artículo titulado La Monarquía
de todos, publicado en la tercera del ABC verdadero, me encontré
ya el primer día, al concluir el arroz tres delicias, con la imagen de Mao
Tse-tung impresa en el fondo del plata No sé si los colaboradores de Esperanza
Aguirre conocían este antecedente. Para ellos todo vale si la dicha de la
propaganda es buena y contribuye a sentar a la lideresa en la silla curul de
la alcaldía.
La repetición es una de las leyes clave de la
publicidad. Pero también resulta imprescindible el control si se quiere evitar
el empacho Tropezarse con el líder o la lideresa de un partido político hasta
en el más escondido rincón de la ciudad produce rechazo. Ni siquiera en una
campaña de publicidad se puede perder el sentido de la medida.
El ciudadano madrileño, que es especialmente
sagaz, se pregunte por otra parte de dónde sale el dinero para pagar tanta
cartelería, tanto anuncio en autobuses y taxis, tantos espacios en Prensa, Radio
y Televisión, aparte de los que se imponen gratuitamente en los medios
públicos. La torrentera del dinero despilfarrado en las campañas publicitarias de todos y cada uno de
los partidos cuesta un ojo de la cara.
¿Y quién paga el derroche? Pues los ciudadanos
sean de la ideología que sea. Al menos al 90%, los dineros de la publicidad no
corren a cargo de los afiliados del partido sino que recaen en el conjunto de
la ciudadanía. En 2011, por poner un ejemplo, el Partido Popular gastó
133.398.210 euros e ingresó por las cuotas de sus afiliados 12.303.879. Es
decir, más del 90% de lo gastado fue dinero público. Y lo mismo ocurre, salvo
algunas variantes, con el derroche de los otros partidos y las centrales
sindicales. Préstamos y créditos solicitados para la campaña autonómica y municipal
se devolverán también a cargo del dinero público, tras sangrar con delectación
el bolsillo del ciudadano medio. La voracidad de la clase política y de la
casta sindical carece de límites. Gastan sin tino, como nuevos ricos. La
suntuosidad y el despilfarro presiden su acción. Ocupan los palacios y
edificios más suntuosos de cada ciudad y siguen contratando a la larga,
larguísima caravana de parientes, amiguetes y paniaguados.
Nadie o casi nadie
levanta la voz para denunciar el excesivo costo de las campañas electorales. Y
eso que está claro de dónde sale el dinero: de las alcancías públicas
sufragadas por todos y, solo en medida insignificante, de las cuotas de los
afiliados.
Luis Maria Anson, de la Real Academia Española.
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