EL vencedor de las elecciones no es el que obtiene más votos
sino el que consigue el gobierno, el que alcanza el poder. El Partido Popular,
por ejemplo, ha vencido por votos en las Comunidades de Aragón y Castilla-La
Mancha, en las alcaldías de Madrid y Valencia, pero ha perdido las elecciones
porque será delicadamente escabechado en esas Autonomías, en esos
Ayuntamientos. Javier Arenas, vencedor en votos hace cuatro años en las andaluzas,
lo puede explicar muy bien.
Pedro Arrióla es hombre de reconocido prestigio
como experto en profetizar el pasado. Muy seguro en sus errores, afirmó con
inacabable desdén que los dirigentes de Ciudadanos eran insignificantes y los
de Podemos unos frikis. Para conservar algunas parcelas de poder, el PP
precisará de la alianza con Ciudadanos, partido vituperado por Rajoy, y el
PSOE deberá formar un Frente Popular ampliado con Podemos si no quiere hundirse
en el desastre.
Entre destacados barones del PP se habla
abiertamente de la necesidad de que Rajoy renuncie a presentarse el próximo
otoño a las elecciones. No es esa mi opinión. Se ha producido un descalabro
para el presidente pero no una catástrofe. Quedan seis meses por delante y
Rajoy puede recuperar una parte del terreno perdido.
Ciertamente su éxito económico resulta incuestionable.
Basta recordar que hace tres años la prima de riesgo alcanzó los 638 puntos
mientras ahora se mueve en el entorno de los 100. Pero no solo de pan vive el
hombre. Lo que ha fragilizado al PP y ha situado a Rajoy en el índice de
aceptación más bajo ha sido la lenidad del presidente ante el ordago secesionista catalán; el desdén al
tratar los asuntos que interesan a aquellos que defienden la religión y que en
número de 11.000.000 acuden a misa todos los fines de semana; la agresión de
Montero a la propiedad privada con una crecida desmesurada de los impuestos y
un acoso agobiante de Hacienda; la pasividad ante las agresiones a la dignidad
de Espuria por parte del mundo proetarra. Y una forma inadmisible de hacer
política desde la soberbia y la prepotencia.
No es verdad que el
tiempo arregla las cosas. No es cierto que aquí no pasa nada. La doctrina
arriólica roza, a 90%, la sandez. Si Rajoy, tras el descalabro sufrido, no
quiere hundirse en la catástrofe deberá saltar al albero del ruedo ibérico y
lidiar al natural los problemas nacionales durante los próximos seis meses. Aun
así lo tiene crudo y los «frikis» y los «insignificantes» le pueden dar un
revolcón de campeonato el próximo otoño. Se perfila ya para el futuro de
España un Frente Popular ampliado, como ha ocurrido en varias Autonomías y en
no pocos Ayuntamientos.
La política de no hacer nada, en fin, genera situaciones
insalvables. Con holgada mayoría absoluta, Mariano Rajoy no ha sido capaz de reformar
la ley electoral para que gobierne en municipales y autonómi cas, como en Francia, el
partido vencedor. O bien establecer la doble vuelta que evite la
ingobernabilidad, la inestabilidad. No ha sido capaz tampoco el presidente de
emprender la reforma constitucional que las nuevas generaciones exigen. Como he
escrito reiteradamente, esa reforma constitucional o se hace ordenadamente
desde dentro del sistema o nos la harán revolucionariamente desde fuera.
Luis María Anson, de la Real Academia Española.
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