CONSTITUYE YA una tradición catalana el
que, de manera periódica y aprovechando un momento de crisis en España, el
líder de turno se líe la manta a la cabeza y proclame la independencia.
Inauguró esta pintoresca costumbre el canónigo
Pau Claris, que en enero de 1641, ante la inminente caída de Barcelona en manos de
las tropas del rey Felipe IV, proclamó no exactamente la independencia, sino la
sumisión de Cataluña como "vasallo" del rey francés
Luis XIII. Curiosamente, los franceses, que llevaban muchos meses de negociaciones
con Claris, habrían preferido que Claris y su Junta proclamaran una república
independiente, pero los catalanes estimaron que ser vasallos les garantizaba
mejor protección. En esto acertaron, aunque a la larga su decisión fue desastrosa
para Cataluña y para España en su conjunto, si bien muy beneficiosa para
Francia, que debilitó a su rival, España, y se anexionó la Cataluña al norte de
los Pirineos. Tras 12 años de guerra feroz, un Principado devastado se
reintegró en España habiendo perdido casi la mitad de su territorio. Pese a
esto, Claris sigue siendo considerado un héroe en Cataluña.
Contra lo que piensa mucha gente, Cataluña no proclamó su independencia en
1705, al inicio de la Guerra de Sucesión, sino que renegó de su juramento de
fidelidad a Felipe V y lo transfirió al pretendiente al trono de España, el archiduque Carlos de
Austria. Fue otra decisión catastrófica (alimentó una guerra civil de nueve
años que costó el imperio aragonés en el Mediterráneo y la pérdida de
Gibraltar), pero esta vez no hubo proclamación de independencia.
En el siglo XX, en cambio, hubo tres declaraciones de independencia en
rápida sucesión. El 14 de abril de 1931, el coronel
Francesc Macià, después de las elecciones municipales que dan la mayoría a su partido ERC, proclamó por
sorpresa la república catalana encuadrada en una inexistente "Federación
Ibérica". Esta proclamación preocupa al gobierno provisional de la República,
presidido por Niceto Alcalá Zamora, que el 17 de abril envía en avión a
Barcelona a tres de sus ministros para tratar el rema con Macià. Se alcanza el
acuerdo de que el consejo formado en Barcelona debía actuar como gobierno de la Generalitat de
Cataluña. Esto supone la recuperación de una institución histórica
en la cual nadie había pensado, y que permite resolver el conflicto abriendo el
camino a una nueva forma de autonomía catalana.
Más adelante, cuando se hace patente el fracaso del proyecto español de
Estado Federal, Macià se ve obligado a aceptar la reintegración de Cataluña en
España y la redacción de un Estatuto de Autonomía subordinado a la Constitución
española. Macià sigue como presidente de la Generalidad hasta su muerte en 1933.
Tres años y pico más tarde, el 6 de octubre de 1934 tuvo lugar en Barcelona la proclamación de l’Estat
Català dentro de la República Federal Española por parte del presidente de
la Generalitat de
Cataluña, Lluís Companys, sucesor de Macià. Estos hechos
se encuadran dentro del movimiento insurreccional producido por la entrada de
ministros antirepublicanos de la CEDA de José María Gil Robles en el gobierno de la República (Revolución de
octubre de 1934) siendo presidente del Consejo de Ministros
Alejandro Lerroux. Catalunya se convertía, en palabras de Companys, en «el
reducto indestructible de las esencias de la República», contra las
"fuerzas monarquizantes y fascistas" (es decir, de la CEDA). Las consecuencias fueron más graves que las que tuvo el pronto de Macià.
La noche misma de la proclamación hubo una fuerte refriega entre los sublevados
y el Ejército español al mando del general Batet. En la madrugada,
Companys se rindió, pero el conato costó unos 30 muertos y más de 100 heridos.
Al fracasar el movimiento, Companys fue detenido, juzgado y condenado a treinta
años de cárcel, pero sólo cumplió poco más de un año. Tras la victoria del
Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, la primera medida de
Manuel Azaña como presidente de la República es la firma de un decreto de
amnistía que permite a Companys salir de la cárcel y recuperar la Presidencia
de la Generalitat.
La tercera declaración de independencia también fue hecha por Companys y
tuvo lugar en los inicios de la Guerra Civil. El 28 de agosto de 1936, se llegó
a una situación próxima a la independencia cuando la Generalitat decretó que en
Cataluña sólo tendrían fuerza legal las disposiciones publicadas en su Diari
Oficial. En los meses siguientes, todos los servicios públicos pasaron a ser
controlados por la Generalitat, incluyendo los referidos al comercio exterior.
Hasta la primavera de 1937, Cataluña sería regida por gobiernos
revolucionarios, prácticamente independientes de la República española. En
opinión de Manuel Azaña, presidente de la
República y gran valedor de la autonomía de Cataluña en 1932, las autoridades
de la Generalitat "han aprovechado el levantamiento de julio y la
confusión posterior para crecer impunemente, gracias a la debilidad en que la
rebelión militar dejaba al Estado".
Esta independencia de facto terminó tras otra violenta refriega en mayo de
1937 en Barcelona entre comunistas (PCE y PSUC) y anarquistas (FAI-CNT)) y el POUM, de ideología trotskista, que
permitió al Gobierno de la República recuperar el control. He aquí un breve
balance de la original costumbre catalana de proclamarse independientes.
Todas estas proclamaciones han tenido en común el carecer de legitimidad
democrática alguna. Pues bien, ahora, nos enfrentamos a un intento más de
proclamación de independencia, encabezado esta vez por otro hombre inspirado, don Artur Mas Gavarró, presidente de la Generalitat. Esta
proclamación no va a ser tan súbita como las anteriores; se viene insinuando
hace varios años, y se la ha anunciado solemnemente como resultado de una
«elección plebiscitaria», ya que el Gobierno español no permite un plebiscito o
«consulta» en toda regla como, según Mas, Cataluña viene demandando hace mucho
tiempo. Esta "elección plebiscitaria", sin embargo, tiene elementos
realmente chuscos que ponen en seria duda su pretensión democrática. En primer
lugar, el sistema propuesto por Mas y sus aliados reviste una inédita modalidad
de candidatura que podríamos llamar la del president
emboscat o enrocat, que consiste en que el candidato se oculte tras tres
figurantes. Dado el deslucido resultado que obtuvo el honorable como cabeza de
lista en las últimas elecciones, parece que se trate de engañar al votante, en
un juego de prestidigitación, donde se trata de que el elector no sepa dónde
está la bolita ni, por tanto, por quién vota. Tanto más cuanto que el
improvisado cabeza de lista ha dicho, sin que nadie le desmienta, que a lo
mejor el que sería presidente si gana la lista sería él. Esto sí que son
elecciones con tapado y no las que se hacían antes en México.
PERO MENOS democrático aún es lo que sí se ha propuesto explícitamente: que
si la lista obtiene la mitad más uno de los escaños del Parlament (68), se
considerará que tiene un mandato para proclamar la independencia de Cataluña.
Esto es más o menos tan democrático como la Junta de Pau Claris, elegida por él
mismo o casi. Vamos a ver: esta lista es una fusión de Convergència y Esquerra
con unos cuantos figurantes para confundir al personal. Ahora bien, estos dos
partidos conjuntamente tienen en el actual Parlament 71 escaños, con unos
1.600.000 votos. Dado que el último censo electoral fue de casi 5,3 millones,
el apoyo a ambos partidos representa apenas un 30% del electorado catalán. ¿Y con
este apoyo pretenden estos señores legitimar una declaración de independencia
en un país endeudado hasta las cejas con la nación de la que pretende
separarse? Si es por seguir la pintoresca tradición de los 'acudit's
(ocurrencias) independentistas, vaya. Pero para hacer gracietas ya están El Tricicle o La Fura dels
Baus. Mucho más lógico sería convocar un referéndum en condiciones, a la
canadiense, que estos señores no ganarían ni de milagro, a pesar de llevar 35
años haciendo una propaganda unilateral, desaforada y carísima. Falta mucho
'seny' en Catalunya.
GABRIEL TORTELLA (EL MUNDO) 10/08/2015, ampliat
per Jordi Pi Solsona (el fill del meu pare)
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