EL NOMBRE del que acaso haya sido uno de los mejores escritores
catalanes de todos los tiempos, si no el mejor, reconocido innovador de la
lengua catalana y agudo comentarista de los acontecimientos de su época,
todavía continúa siendo pronunciado con sordina en algunos círculos de
marcada afectación cultural y escasa sensibilidad literaria. Ya se habrá adivinado
que estoy refiriéndome a Josep Pla, a quien la miopía intelectual de muchos
trató persistentemente de ningunear -siempre en vano- y el fanatismo
pretendidamente nacionalista (curioso nacionalismo el que no reconoce a los hacedores de la
cultura de su tierra) de los obtusos, constantemente bloqueó la posibilidad de
que fuera juzgado literariamente y favoreció en cambio plumas mediocres en
función de la cercanía ideológica de éstos.
Sin embargo, Pla, que era un hombre tranquilo, nunca ejerció la
violencia y tampoco participó como combatiente en la Guerra Civil. Traigo esto
a colación porque me resulta curioso que a otros escritores que sí participaron
activamente en la feroz contienda, en el espacio ibérico nunca se les haya
negado el pan y la sal.
Veamos el caso de Camilo José Cela, censor literario del
régimen de Franco;
soplón de altos vuelos, escritor mercenario que alguna vez estuvo al servicio
del dictador venezolano Marcos
Pérez Jiménez. Así y todo obtuvo una gran cantidad de premios,
incluyendo el Nobel,
el Planeta y el Cervantes.
Otro caso muy notable es el de Gonzalo Torrente
Ballester,
un falangista de la primera hora más tarde reciclado, como Dionisio Ridruejo y otros
intelectuales cercanos a José Antonio. Torrente Ballester entre otros galardones
fue merecedor del Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras y el
Premio Nacional de Narrativa. Al igual que la de Cela, su calidad literaria es
indiscutible, y nadie le sopla el mérito. Tampoco se lo niegan y tampoco
ningunean su obra y su memoria.
Pedro
Laín Entralgo, también falangista, se recicló muy pronto. La
opinión generalizada es que lo hizo honestamente. En los tiempos de la
transición sus opiniones fueron bastante valoradas, en especial por la prensa
pretendidamente progresista. Tampoco fue ninguneado.
El
filósofo José Luis López Aranguren fue
también falangista, si bien modificó su ideario en la década de los 60, en la
que participó, junto a Enrique
Tierno Galván y Agustín
García Calvo en la tan mentada marcha de protesta universitaria. López Aranguren mantuvo una gran
amistad con el filósofo marxista Herbert
Marcuse. En los últimos años de su vida fue muy apreciado por la
intelectualidad vernácula.
Pero
volvamos a Josep Pía, que en alguna
ocasión dijo que procuraba describir el país de su tiempo. Lo cierto es que con
esa aparente modesta intención el escritor ampurdanés, desde su casa de payés
de Llofriu, nos regala una mirada universal. Fue un viajero consuetudinario,
habiendo recorrido casi toda Europa y buena parte del Medio Oriente (Israel,
Cuba, Nueva York, la Unión Soviética, América del Sur), pero cuando habla de
su país debemos entender que se refiere a Llofriu y
extiende su visión del mundo
no más allá de l’Empordá: Cadaqués, Palafrugell, Cotlliure... No
otra cosa se desprende de la lectura de El
quadern gris, Contraban o L’Empordanet. Pla gustaba de los límites territoriales
estrechos y abarcables, sin duda concebía que estos espacios, para una mirada
lúcida, podían constituir una fiel maqueta del universo entero.
Pinta tu aldea y pintarás el mundo, dijo Tolstoi.
LÁZARO COVADLO
Segur de
que aquest article, es una indirecta, però ven directa,
envers als sectaris d’ÒMNIUM
CULTURAL, al que sempre li han negat el
pa i a sal en la seva ceba de no voler concedir-li el PREMI D’HONOR DE LES LLETRES
CATALANES
PERE PÍ
CABANES
Sant
Hipòlit de Voltregà
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