SALVO ALGUNA aislada excepción, los partidos de relieve que han
ocupado el poder en la democracia española están fuertemente emborronados por
las prácticas corruptas. Se trata de una cuestión de hecho.
El PSOE tuvo a su director general de la Guardia Civil en la cárcel; a
su gobernador del Banco de España en la cárcel; a su directora del Boletín
Oficial del Estado en la cárcel; a su síndico de la Bolsa en la cárcel. Las filesas liminares se multiplicaron en
los eres y en los cursos de formación, con muchas
docenas de imputados entre ellos dos presidentes de la Junta de Andalucía.
Algunos dirigentes socialistas y ugetistas no tuvieron empacho en forrarse los
bolsillos con dinero público sustraído a los trabajadores.
Pascual Maragall denunció en el Parlamento de Cataluña el 3% de la
mordida habitual de los partidos en la concesión de obras públicas.
Convergencia y Unión fue zarandeada por el ludibrio público hasta su
desaparición, hundida en la náusea de las prácticas corruptas desde el Liceo a
los pujoles con la política catalana en primera línea de
un escándalo continuado.
Al Partido Popular le han crecido como hongos las corrupciones. Los gürtel, los barcenas y las púnicas han demostrado la profundidad de las
prácticas corruptas en Madrid y Valencia. La imagen del partido ha quedado
fuertemente fragilizada, en gran parte por la falta de reacción de una
presidencia apoltronada en la sandez arriólica del «no hay que hacer nada
porque el tiempo lo arregla todo y lo mejor es tener cerrado el pico».
Afectando las corruptelas por igual a casi todos los partidos que han
gobernado, los rivales de Rajoy están consiguiendo convertir al PP en el
partido de la corrupción. Menudo sambenito.
El PSOE, ajeno al que esté libre de pecado que tire la primera piedra,
se ha dedicado a lapidar al PP de Rajoy con la misma delectación que los
fundamentalistas islámicos a la adúltera cachonda o al homosexual de tumo. El
ministro Fernández cree que hay una conspiración. Tal vez no le falta razón.
Pero al PP le sobran recursos mediáticos para contrarrestar la campaña, entre
otras razones porque el PSOE está también cuarteado por corruptelas sin
cuento. No dar respuesta a la tormenta de acusaciones contra el PP no hace
otra cosa que emporcar la situación de un partido que incluso regaló un
canal de televisión, tras salvarle
de la quiebra, a quien se ha dedicado a la insidia permanente contra el que le
dio de comer.
El PP de Mariano Rajoy ha perdido 53 diputados. Se ha quedado solo con 123 y, para colmo, no puede entenderse con nadie ni siquiera con
Coalición Canaria. Tiene 227 diputados
en contra, es decir, la totalidad de los diversos partidos. Y así no se puede
funcionar en una democracia parlamentaria que, salvo mayorías absolutas,
precisa de alianzas para encauzar el posible Gobierno. Cada vez resulta más
necesaria la regeneración del Partido Popular y su rejuvenecimiento. Los
militantes del PP, honrados a carta cabal, serios, constructivos, preocupados
por el interés general, están pidiendo a gritos un Congreso urgente que democratice
el partido, que estudie su profunda regeneración y que proceda a un auténtico
relevo generacional.
Luis María Anson
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