«CIUDADANOS y Podemos, bonitos motes, nuevos grupos que intentan
chupar del bote». La sabiduría popular acertó de pleno. Pablo Iglesias y sus
confluencias han recibido ya, y recibirán anualmente del Estado, 10,9 millones
de euros; Albert Rivera, 7,1 millones. No han hecho el menor asco a la lotería
de la que disfrutarán a bolsillos llenos. Algunos ingenuos esperaban que ambos
líderes emergentes se hubieran plantado, proponiendo un proyecto de ley que
dijera así: «Ningún partído político, ningún sindicato, podrá gastar un euro
más de lo que ingrese a través de las cuotas de sus afiliados». Eso sí que sería
atender al interés general, al bien del ciudadano, a la regeneración
democrática, a una política real de progreso.
Transitando con entusiasmo por los caminos de la casta, Pablo
Iglesias y Albert Rivera se benefician ya de la mamandurria oficial, pagada a
través de los impuestos con los que, de forma inmisericorde, la clase política
sangra a los ciudadanos. Además del aguacero de millones anuales, Ciudadanos y
Podemos se beneficiarán de dietas, viajes gratis total, subvenciones varias,
sueldos por la actividad parlament aria y prebendas sin número, todo lo que
los políticos de la casta, en fin, se otorgan a sí mismos y que han pagado y
pagarán los ciudadanos, cada vez más hartos de contemplar cómo se despilfarra
el dinero público en tantas ocasiones de forma cínica, cuando no soez y sin
veladuras.
La sagacidad de Talleyrand lo dejó escrito: «Desconfiad del primer
movimiento de un político; el primer movimiento es siempre generoso». Solo hace unos meses parecía
que de verdad Iglesias y Rivera pretendían la regeneración de la democracia
española. Pero ya están instalados en el carro del poder pastoreando a sus
dóciles ovejas que balan entusiasmadas al olor del pienso rebosante en el
pesebre nacional.
Y queda
por ver si resistirán a la tentación de la corrupción. Casi todos los partidos
con mando en plaza se han inventado fórmulas para sustraer dinero con destino
a la agrupación en la que militan y también para forrarse el bolsillo particular.
1os Eres y los cursos de formación en
la Sevilla socialista; los gürtel y las púnicas en el Madrid popular; los 3% y los pujóles en la
Cataluña convergente, son solo puntas del gigantesco iceberg que alimenta a
partidos y a políticos desde hace cuatro décadas para ludibrio de un pueblo
cada vez más asqueado por los latrocinios de la clase política y la casta
sindical, reguero de dioses menores en el altar de la corrupción.
Daniel
Forcada y Federico Quevedo publicaron hace diez años un libro demoledor sobre
el cinismo de políticos y sindicatos que se han arrogado privilegios sin
número pagados por los ciudadanos. Ambos periodistas sabían que araban en el
agua, que nadie iba a embridar a los partidos políticos y a los sindicatos,
convertidos ambos en un suculento negocio económico y en agencias de
colocación para enchufar a
parientes, amiguetes y paniaguados. Por cierto, hace
años que no cito a Balmes. El filósofo escribió en el siglo XIX, pensado en el
Pedro Sánchez del XXI: «Ay de los pueblos gobernados por un político que ha de
pensar antes que nada en la conservación propia».
Luis María
Anson,
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