EL DICTADOR Franco le distinguió con un odio africano. Ordenó que se
le silenciara en los medios de comunicación. Alentó a los falangistas de la
Secretaría General del Movimiento a que le calumniaran. Se complació en minusvalorarle.
Le dedicó insidias sin número. No le podía soportar. Le irritaba su imagen en
las democracias occidentales, su talante liberal y conciliador, sus relaciones
con los dirigentes de la época, sus constantes viajes por el mundo, cuando al
dictador le era imposible salir de España.
Se entrevistó Franco con Don Juan en tres ocasiones para decidir las
distintas etapas en los estudios del Príncipe de Asturias. En la última
cometió el dictador la desfachatez de alterar el comunicado conjunto. Cuando
tenía ya amarrada la sucesión, vejó a Don Juan consumando asunto de tan alta
importancia con una carta infumable. El 16 de julio de 1969 estaba yo en
Estoril, en el despacho del Rey en el exilio. Me pidió que abriera el sobre y
que le leyera la carta. Así lo hice. Con secas palabras protocolarias, Franco
le comunicaba que había decidido nombrar sucesor a título de Rey a su hijo Don
Juan Carlos.
¡Qué cabrón! -musitó Don Juan sentado en el viejo sillón en el que se
acomodaba para recibir audiencias. Conté la escena en Don Juan, el libro que él me pidió que escribiera, diciendo toda la verdad
sobre su vida política por muy molestos que resultaran algunos pasajes para él
o para los suyos.
Construyó el dictador Franco, que se titulaba «caudillo de España por
la gracia de Dios», una Monarquía, la del Movimiento Nacional, que era un
remedo de algunas Monarquías árabes. Frente a ella, Don Juan defendía una
Monarquía parlamentaria, como la danesa o la noruega, una Monarquía de todos,
que cumpliera un objetivo esencial: devolver al pueblo español la soberanía
nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil.
Torcuato Fernández-Miranda, que fue preterido por Franco
tras el asesinato de Carrero Blanco, al nombrar a Carlos Arias Navarro
presidente del Gobierno, se sumó en última instancia a la Monarquía que defendía
Don Juan desde el exilio. La Transición asumió, frente a los dictados de Franco,
la Monarquía propugnada por Don Juan desde que su padre el Rey Alfonso XIII abdicó
en él la Corona en enero de 1941.
Se atrajo,
en fin, Don Juan a toda la oposición democrática y eso hizo posible que, sin
traumas ni violencias, Don Juan Carlos pudiera conseguir la hazaña histórica
de pasar de una dictadura de 40 años, personificada por el caudillo amigo de
Hitler y Mussolini, a una democracia pluralista plena. El Rey, que tenía la
fuerza del Ejército; el cardenal Tarancón, que tenía la fuerza de la Iglesia;
Marcelino Camacho, que tenía la fuerza obrera, y Felipe González, que tenía la
fuerza de los votos, fueron los cuatro hombres clave para que se construyera en
la Transición el régimen que ha dado a España largos años de libertad, de
prosperidad y de justicia social, continuados ahora por la prudencia y la
seriedad de Felipe VI.
Veintitrés
años después de su muerte, el 1 de abril de 1993, mientras las estatuas del
dictador Franco han sido desmontadas, la que se levantó por suscripción pública
en homenaje a Don Juan se alza en una de las plazas más bellas del Madrid
moderno. La Historia, en fin, ha terminado poniendo a cada uno en su
sitio.
Luis María
Anson