EL PROCESO independentista sigue su curso en Cataluña pero presenta
las tibiezas que se podían esperar de la frágil unidad alcanzada por los
partidos que defienden esta vía para romper con España. El espejismo independentista
no ha sido más que una buena excusa para CDC para no perder cuotas de poder:
la crisis pasó factura a todos aquellos que gobernaban y se vieron obligados a
acometer recortes presupuestarios y afrontar el crecimiento del paro y el empobrecimiento
de los ciudadanos. Que la culpa de todo sea de otro, y en concreto, del Gobierno español de turno, siempre ha salido
rentable para mantener la lealtad de los votantes que fueran convencidos por
esta tesis. La deriva, con todo, obligó a CDC a buscar la alianza de ERC para
hacer creíble el proyecto e, incluso ante la pérdida de votos irremediable de
las últimas elecciones catalanas, a aferrarse a los radicales
independentistas de la CUP como un clavo ardiendo.
Con el Govern ya asegurado, las promesas pueden interpretarse,
aplazarse o incluso retorcerse. Y la CUP, que ve los gestos erráticos del
Ejecutivo de Puigdemont, evidencia los desencuentros que se producen dentro
del grupo parlamentario de Junts peí Sí día tras día. Ayer, con el aplazamiento
acordado por la Mesa del Parlament en la decisión sobre su propuesta de votar de
nuevo la moción de la desconexión.
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