Tras cumplir
una condena de seis años de cárcel liberan a Otegi, ex jefe de la ETA
-negociado Secuestros y Portavocía-, y los
diputados de ERC y la CUP los
periodistas del prusés y los ultraizquierdistas de Podemos lo celebran en la prensa como el
cese de una injusticia y acuden a aclamarle a la puerta de la cárcel.
Como me cuesta
entender esa querencia, procuro ponerme en su mente. Vamos a ver si lo
consigo:
¿Qué es la práctica del asesinato, desde el punto de vista del que lo
comete? ¿No puede considerarse como una forma de manifestar la opinión que al
ejecutor le merece su víctima? Una forma extrema, y hasta violenta y antipática
si se quiere, pero clarísima, de tomarse la libertad
de expresar
oposición. ¿Y no es la libertad de expresión atributo esencial de la democracia?
Ergo: al jalear a Otegi lo que se quiere decir es que los activistas de la ETA
ejercían -sin diplomática hipocresía- de demócratas de verdad; y en cambio el
empeño de las autoridades en enjaularles es por definición coactivo, represivo
y propio de una democracia «de baja calidad» -o sea, poco menos que
totalitaria- como es la española. Cabe recordar que las democracias
fundadoras de la modernidad, ejemplo para todas las demás, se fundaron así; la
francesa impuso «igualdad, libertad y fraternidad» mediante el uso sistemático
de la guillotina y el régimen del terror. Y la americana garantizó la libertad
y el derecho del individuo a ser feliz mediante la guerra civil y el
exterminio de los indígenas, renuentes a asimilar tan altos valores.
IGNACIO VIDAL-FOLCH
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