Esta forma de pensar sigue latente en el discurso de Pablo Iglesias,
pero poco a poco se va transmutando en una oratoria populista y agresiva, en la
que las ideas son sustituidas por los eslóganes. Su discurso se enmarca en el cascarón
vacío de lo políticamente correcto,
asumiendo a la vez todos los tópicos históricos del marxismo e incorporando un
elemento de provocación y radicalidad con el que intenta suplir su orfandad
intelectual.
Como carece de argumentos sólidos y es incapaz de hilar un discurso político
solvente, se dedica a insultar a Girauta, al que equipara con Millán-Astray,
desprecia a Rivera, al que tacha de «jefe de escuadra» falangista, reivindica
la turbia figura de Puig Antich, anarquista ejecutado por matar a un policía en un tiroteo, y
dice que Otegi es un «preso político».
Su proyecto ideológico queda de manifiesto cuando propone que los
jueces juren fidelidad a su Movimiento, lo que recuerda la ley
nacionalsocialista que obligaba a magistrados, maestros y funcionarios a
comprometerse con los principios del Tercer Reich. O cuando se autoadjudica
una vicepresidencia desde la que pretende controlar el aparato del Estado.
Mientras le escuchaba el otro día en la tribuna del Congreso, me
pareció estar viendo a Jacques-René Hébert en la Convención en 1793 cuando
atacaba con saña a los girondinos y defendía su siniestra Ley de Sospechosos.
Quién le iba a decir que poco después le aplicarían su propia medicina como
«enemigo de la libertad» y que su cabeza caería bajo la guillotina.
Tras fingir moderación durante la campaña electoral, Iglesias ha
sacado su verdadero rostro guerracivilista y cainita. Quiere reescribir la
Historia y se arroga el derecho de repartir carnets de demócrata, como le
reprochó Pedro Sánchez.
Su lenguaje se ha vuelto crispado, intolerante, lleno de descalificaciones
al contrario porque él se cree poseedor de la verdad absoluta. Quiere alcanzar
el poder a toda costa y está empeñado en destruir el sistema para construir
sobre sus ruinas.
Al igual que sucedió en la Revolución Francesa, pretende amedrentar a
sus adversarios desde un nuevo Comité de Salud Pública, que él llama de forma
eufemísti- ca Secretaría de Estado de lucha contra la Corrupción y el Crimen
Organizado, que dependería de su vicepresidencia.
Decía mi admirado De Buffon que el hombre es el estilo. Pues eso,
Iglesias es su estilo. El lenguaje le delata.
PEDRO G. CUARTANGO
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