NO
RESULTA fácil navegar contracorriente. Perdería yo, sin embargo, el sentido de
la objetividad si negara que Mariano Rajoy lo está haciendo bien en las últimas
semanas, lo mismo ante la amenaza del terrorismo yihadista que ante el órdago
del secesionismo catalán, lanzado sobre el caspódromo de España por Oriol
Junqueras y su marioneta Arturo Mas.
He
afirmado reiteradas veces que la gran política consiste en prevenir, no en
curar. Y que la cachaza de Mariano Rajoy, su lenidad, su insolente indolencia, han
contribuido de forma decisiva, tras el disparate de las ocurrencias de
Zapatero, a que en Cataluña ocurra lo que está ocurriendo. La sandez de Pedro
Arrióla -«no hay que hacer nada porque el tiempo lo arregla todo y lo mejor es
tener cerrado el pico»- ha engendrado los lodos actuales que están convirtiendo
la política catalana en un albañal.
Mariano
Rajoy ha reaccionado, por fin, ante el asedio de las escombreras. Lo ha hecho
tarde, sin duda, pero bien. El espíritu de la Transición consistió en el pacto
de Estado entre el centro derecha y el centro izquierda -más del 80% del
voto popular- para hacer frente a los problemas del terrorismo, la
territorialidad, la gran política internacional, el cumplimiento de la Constitución... Todos
los presidentes asumieron ese pacto, de manera sobresaliente Felipe González
que se alzó en 1982 con 202 diputados. Pudo fracturar el régimen pero actuó como un hombre de
Estado, el mejor, por cierto, del siglo XX, como Cánovas del Castillo lo fue
del siglo XIX.
Solo
José Luis Rodríguez Zapatero se dedicó a achatarrar el espíritu de la Transición
y envió al Partido Popular al zaquizamí de la Historia, dando alas a los sectores
nacionalistas que querían la quiebra de España. Mariano Rajoy, por el
contrario, se ha puesto de acuerdo con Pedro Sánchez para, conforme al
espíritu de la Transición, hacer frente al desafío secesionista catalán,
sumando además al oscilante centro de Albert Rivera, el político que ha encendido
en el alma envejecida de la Transición las llamas de la juventud. Y ya veremos
qué pasa porque las espadas están en alto, a la espera de las pompas fúnebres
de Arturo Mas, que es un cadáver político pero todavía de cuerpo presente. También
ha hecho lo que debía Mariano Rajoy ante la amenaza del yihadismo terrorista.
Hasta ahora ha conseguido apartarlo de la campaña electoral, ha actuado con
prudencia frente a las naturales exigencias de Francia y ha sabido convocar al
primer partido de la oposición y también a otras agrupaciones para crear una
plataforma común. Así lo aconsejaba la actual situación porque España es Al-
Andalus norte, territorio a reconquistar por el fundamentalismo islámico.
Nuestra situación resulta especialmente vulnerable.
Que
la actividad de Mariano Rajoy en las últimas semanas pueda suponerle la recuperación
de una parte de los votos perdidos en cuatro años de certera gestión económica
e inane política frente a los otros desafíos nacionales, eso es un hecho.
Algunos sectores no desdeñables de votantes del PP prefieren la unidad de España
al bienestar económico. Y por ese camino ha comenzado a transitar Mariano Rajoy,
todavía con aspavientos de galápago y no sé si demasiado tarde.
Luis
María Anson.
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