UNO DE LOS espectáculos políticos más obscenos
de los últimos tiempos es el que está protagonizando Artur Mas para continuar
al frente de la Generalitat. Ayer se supo que se reunió el pasado lunes con
dirigentes de la CUP, a los que pidió su apoyo para ser investido de nuevo
presidente.
Mas, un
político liberal, hijo de la burguesía catalana y defensor del humanismo
cristiano, está dispuesto a aceptar las condiciones de un partido antisistema,
que quiere sacar a Cataluña del euro, que pregona la nacionalización de
empresas y que exige el inicio de un proceso constituyente en abierta rebeldía
contra el Estado y las leyes.
Con tal de
mantenerse en el poder, ya ha destrozado a su propio partido, cuyas siglas son
hoy un descrédito tras el oportunismo de una estrategia política que le ha
llevado a romper con sus socios tradicionales de Unió para ponerse en manos de
ERC y la izquierda anti-sistema.
Pero lo peor de todo es su cinismo al
mantener que CDC es un «modelo» de financiación cuando surgen abrumadores
indicios de que su partido cobraba el 3% en comisiones de obra pública desde la
etapa de Pujol y que ha seguido haciéndolo hasta hace unos meses.
Desbordado por las fuerzas que ha movilizado
con increíble frivolidad, Mas pretende ahora subirse a la cresta de la ola
para ser el primer presidente de la República de Cataluña gracias al apoyo de
un partido que anteayer amenazó con romper los acuerdos porque los Mossos detuvieron
a nueve condenados por terrorismo por orden de la Audiencia Nacional.
Éstos son los socios con los que Mas
quiere recorrer el camino hacia la independencia y con los que se presenta a
Europa y al mundo como un estadista que vela por un pueblo oprimido, que sólo
podrá ser libre si logra la independencia, como si Cataluña fuera la India de
Gandhi.
Artur Mas es el rey de la impostura. Pero
probablemente ha medido mal sus fuerzas al apoyar el nombramiento de una hooligan
como es Carme Forcadell para presidir una institución como el Parlament y al
aceptar que CDC estampe su firma en ese documento en el que se compromete,
además de desobedecer las leyes, a catalanizar la Agencia Tributaria y la
Seguridad Social en un mes.
Cinco semanas después de las elecciones,
todavía no sabemos quién va a ser el presidente de este Gobierno de Junts
pel Sí, maniatado por la CUP Artur Mas
tiene pocas posibilidades, pero no hay que darlo por descartado, ya que ha
demostrado su gran habilidad para maniobrar en situaciones adversas.
Cegado por su ambición personal, de lo que
no se da cuenta probablemente es de que presidir este nuevo Gobierno se
convertiría en un calvario político para él, al tener que aplicar unos
principios que le son totalmente ajenos para mantener la mayoría parlamentaria
que sólo le garantiza la CUP
El Gobierno de Rajoy se enfrenta a un monumental problema en
Cataluña, pero mayor todavía lo va a tener el nuevo presidente de la Generalitat,
sea quien sea, ya que deberá conciliar los intereses de las bases conservadoras
y católicas de CDC con las exigencias del ala radical de Junts pel Sí y la
CUP que le impulsan a medidas que horrorizan a la burguesía catalana.
De una forma u otra, Mas va a ser víctima de su incoherencia, como le
puede suceder a Pablo Iglesias, que ayer cerró la alianza electoral de Podemos
con Ada Co lau, que ha impuesto sus hombres de confianza en los primeros
puestos de las listas. Colau apoya el independentismo y coincide con la CUP en
su desprecio al Estado y las leyes, por lo que Iglesias se arriesga por
conseguir unos buenos resultados en Cataluña a sufrir una debacle en el resto
de España. La incoherencia puede ser rentable a corto plazo, pero siempre se
paga muy caro a largo.
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