ARTURO MAS es un cadáver político que se
descompone entre incesantes rumores. Como vaticinó Duran Lleida, sus nuevos
cómplices han dispuesto el sacrificio público del presidente en funciones, aun
en el caso de que fuera reelegido. Es patética la situación de este hombre de
prolongada posición en el centro derecha que busca agónicamente los favores
de un grupo de extrema izquierda, antisistema y antieuropeísta. Solo falta que
se oficie la ceremonia fúnebre del entierro porque Arturo Mas es, efectivamente,
un cadáver, pero de cuerpo presente.
El presidente de la Generalidad, mediocre
político de cortos alcances y larga, larguísima ambición, se ha convertido en
una marioneta de Oriol Junqueras. Manejado por el líder de ERC, Arturo Mas se
ha entregado con fervor a la buria de la democracia. Quiso hacer la trampa de
autentificar un referéndum grotesco que el año pasado fracasó ante el T.C. y
ante el pueblo catalán. En el Parlamento de Cataluña se precisan dos tercios de
los diputados para reformar, por ejemplo, la ley electoral, pero Arturo Mas ha
defendido que con la mitad más uno de los escaños, que representan, por cierto,
menos del 50% del voto popular y solo el 30% del censo electoral, se proclame
la independencia de Cataluña. En el año 2012 quiso alcanzar los 80 diputados,
se quedó en 50 y para mantenerse en su poltrona presidencial se postró
genuflexo ante Oriol.
Junqueras y se entregó a la causa secesionista,
fracturando la alianza de Convergencia y Unión que se prolongaba desde hacía
tres largas décadas. Un sector extenso de la opinión pública catalana cree que,
con la aventura secesionista, Arturo Mas quiere sobre todo enmascarar su
desastrosa gestión política y, además, taponar los caminos abiertos por la
Justicia para aclarar la corrupción que le salpica. La estrella de la bandera
estelada debería ser sustituida por este lema: 3%. Lástima que al PP le falte
imaginación para distribuir banderas exhibiendo ese 3% que extiende la sombra
de la cárcel sobre Arturo Mas y sus cómplices.
Pero sería un error referirse a la mofa que el
presidente en funciones hace de la democracia quedándonos en los datos autonómicos.
El derecho a decidir sobre la unidad nacional y la integridad territorial
corresponde a todos los españoles, libres e iguales ante la ley. Medio milenio
de Historia unida avalan lo dispuesto en la Constitución de 1978 que fue
aprobada por la voluntad general libremente expresada de los españoles y,
entre ellos, de los catalanes. Si Arturo Mas no se hubiera burlado de la democracia,
debería haber ajustado su aventura secesionista al artículo 168 de la Constitución
que exige para la independencia de una Autonomía los dos tercios del Congreso,
luego los dos tercios del Senado, después la convocatoria de elecciones generales,
a continuación los dos tercios del nuevo Congreso y del nuevo Senado.
Superados todos estos escollos, correspondería al entero pueblo español la
decisión final en referéndum nacional.
Si fuera posible, en fin, hay que evitar la aplicación
de la fuerza para encauzar las aguas de la tormenta desencadenada por Arturo
Mas, pero es necesario que, sin la menor vacilación, el Gobierno de la nación
actúe con proporcionalidad descargando de forma contundente todo el peso del
Estado de Derecho sobre el golpismo civil de algunos dirigentes catalanes.
I.uis María Anson
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