EN 1977, cuando se iniciaron los trabajos para
redactar la Constitución, el profesor Varela Ortega propuso a Fernando Abril
que se reconocieran los Estatutos de Cataluña y el País Vasco aprobados
durante la II República. Clavero Arévalo tuvo una ocurrencia: «café para
todos». Fernando Abril hizo suya la idea y Adolfo Suárez la acogió con
desbordado entusiasmo. La gran política consiste en prevenir no en curar y el
profesor Varela Ortega tenía el convencimiento de que iba a ocurrir lo que ha
ocurrido: una carrera frenética de concesiones a Cataluña y al País Vasco y la
incorporación a la desmesura del resto de las regiones españolas.
Los Estatutos republicanos del País Vasco y
Cataluña reducían a la mitad las transferencias que ahora se han hecho, salvaguardando
además el idioma castellano y la educación. En seis de las once legislaturas
de la democracia, ni el PSOE ni el centro derecha de UCD, luego PP alcanzaron
la mayoría absoluta. Socialistas y peperos fueron sometidos a un implacable
chantaje a cargo de los partidos nacionalistas catalán y vasco. Podemos y
Ciudadanos les han sucedido en la extorsión de forma acentuada porque Mariano
Rajoy no quiso poner en marcha una ley electoral a doble vuelta. La democracia
consiste en el Gobierno de la mayoría y en el respeto a las minorías, no que
éstas impongan criterios contrarios a lo que decidieron las urnas.
Paralelamente a los chantajes de los partidos
nacionalistas se produjo la carrera en pelo del resto de las Autonomías. Tenemos
hoy en España 17 naciones de pitiminí con todo el gasto y la parafernalia de
los viejos países europeos. Nadie fue capaz de embridar a las Comunidades Autonómicas,
que, salvo alguna excepción, se lanzaron al gasto desenfrenado, al derroche
incesante, al clientelismo soez y al cínico nepotismo. Algunos de los presidentes
de lás autonomías disponen de palacios suntuosos que eclipsan a la Zarzuela,
gabinetes de Prensa que superan al del Jefe del Estado francés y voraces
canales de televisión. 1 TV valenciana, por ejemplo, disponía de más empleados
que la suma de Telecinco, Antena 3, la Sexta
y la Cuatro. El desmadre autonómico, imitado por algunos municipios, ha
costado a los españoles un dídimo y la yema del otro.
No estoy contra el Estado de las Autonomías.
Conviene mantenerlo, si bien con una reforma constitucional que establezca los
déficits máximos y que recupere para el Gobierno de la nación algunas transferencias,
de forma especial el control real de la educación. Y que reconozca la identidad
histórica de determinadas Comunidades, no solo de Navarra y el País Vasco. Las
Cortes de Cádiz establecieron que la soberanía nacional reside en el pueblo, no
en el Rey, y que todos los españoles son libres e iguales. Eso no empece el
reconocimiento de la diversidad de las distintas regiones españolas. No
lloremos, en fin, sobre la leche derramada durante las últimas cuatro décadas
porque el balance de la democracia pluralista entonces conquistada, de la
Monarquía parlamentaria que es la Monarquía de todos, resulta abrumadoramente
positivo. De lo que se trata ahora es de superar los escollos actuales sin
esgrimir pero sí recordar que en 1977 la prepotencia de unos políticos
desdeñosos impidió atender lo que proponía un catedrático sagaz.
Luis María Anson
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