dimarts, 10 de novembre del 2015

2185-SIN PAÑOS CALIENTES

LOS ESPAÑOLES zumbones se cachon­dearon del presidente del Gobierno llamán­dole Rosita la Pastelera. La pasividad abúli­ca, la desganada displicencia, el desdén por el desdén, la excesiva moderación, la in­quietante pachorra, la tendencia inelucta­ble a no hacer nada, la incapacidad, en fin, para tomar decisiones caracterizaron a Francisco Martínez de la Rosa. Ninguna desgracia mayor para una nación que un Gobierno débil. El poder ejecutivo exige hombres dispuestos a asumir riesgos como Winston Churchill o mujeres capaces de enfrentarse a las coacciones políticas o so­ciales como Margaret Thatcher.
El desafío de un sector de la clase políti­ca catalana, consumado ayer en el Parla­mento autonómico, precisa de una respues­ta firme y fulminante. Se terminaron las medias tintas. Se acabaron los paños ca­lientes. Estamos en el mediodía del ordago secesionista, las doce en punto de una alar­mante catástrofe histórica. Hora es de mos­trar en todo su esplendor la fortaleza del Estado de Derecho, frente al golpismo civil. Está claro que no se debe perder ni la debi­da prudencia ni la equilibrada moderación. Tampoco la proporcionalidad en la respues­ta. Pero el ordago secesionista significa, en sí mismo, un desafío desproporcionado e histórico. Desde 1640, el ser de España no se había sentido tan zarandeado en la pe­nínsula como en esta legislatura con mayo­ría absoluta de Mariano Rajoy  ¿A donde hemos llegado? ¿Qué más tiene que suceder para que el Gobierno abandone la altivez, la desdeñosa soberbia, la prepoten­cia estéril y tome sin más demoras ni más pasteleos las medidas que la situación de­manda a gritos, con menos declaraciones y aspavientos, sustituyendo la verborrea por acciones concretas?
La gran política consiste en prevenir, no en curar. A Mariano Rajoy se le ha venido encima una crisis que se pudo atajar, al me­nos en gran parte, si en el año 2012 el Go­bierno hubiera actuado con firmeza desde la fortaleza de la que disfrutaba en el Parla­mento. Pero se impuso la memez arriólica de «no hay que hacer nada porque el tiem­po lo arregla todo y lo mejor es tener cerra­do el pico». «La situación -ha escrito Jorge de Esteban- se podría haber evitado si des­de Madrid se hubiesen tomado las medidas oportunas, no necesariamente represivas». En el mismo sentido se expresó  Félix de Azúa.
Y ahí están las consecuencias de tanta torpeza. Reconociendo que a Mariano Ra­joy hay que ponerle un diez por la sagaci­dad y eficacia con que abordó la crisis eco­nómica, también se merece un suspenso sin paliativos por no haber sabido enfren­tarse a tiempo con una situación política como la de Cataluña cuyo desarrollo era bastante fácil de prever. Parece necesario tener en cuenta la reacción a cualquier de­cisión que se tome ahora porque en la re­gión catalana existe ya un millón de perso­nas dispuestas a la manifestación pública, con riesgo de violencia, destrozo del mo­biliario urbano y posibilidad de heridos o muertos. Por eso hay que actuar con cele­ridad y prudencia, conforme a lo que exige la opinión pública, atónita ante el es­pectáculo deleznable que ha producido la debilidad política. Si hoy se levantara la piel del español medio, encontraríamos grabada en la carne viva está palabra de­dicada al Gobierno de la nación: autori­dad, autoridad, autoridad.

Luis María Anson,  

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