divendres, 18 de setembre del 2015

2025-El ejército de Arturo Mas

LO HA anunciado urbi et orbi. Tras la pre­sunta victoria electoral del próximo día 27, Arturo Mas organizará, como primera medida, las Fuerzas Armadas de Catalu­ña. Ahí queda eso y ahí tenéis al persona­je, corto de alcances y largo de ambición, expuesto en el altar de todas las televiso­ras. Se considera a sí mismo el salvador de la Patria, él, Arturo Mas, ese hombre, caudillo de Cataluña por la gracia de Dios, Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, padre de la nación nueva.

Alejandro Lerroux fue un político de la izquierda radical, célebre Emperador del Paralelo, director de El País y luego de El Intransigente, autor de una frase contro­vertida y célebre: «Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización deca­dente y miserable de este país sin ventu­ra, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y ele­vadlas a la categoría de madres para vi­rilizar la Historia. Entrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles. No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares. Destruid la Iglesia. Luchad, matad». En 1934, en ple­na II República española, Alejandro Le­rroux, presidente del Consejo de Minis­tros, ordenó al general Batet que decla­rara el estado de guerra en Barcelona y tomara la Generalidad, porque Luis Companys había proclamado no la inde­pendencia sino «el Estado Catalán den­tro de la República Federal Española», lo que suponía una agresión a la Constitu­ción de 1931. El general Batet movilizó a una Compañía, tomó la plaza de San Jai­me y ocupó el palacio de la Generalidad de Cataluña.

Ahora no sería necesario copiar las medidas del Gobierno de la República. El Tribunal Constitucional y la Guardia Ci­vil se bastan y se sobran para obligar al cumplimiento de la ley si fuera necesario. A Arturo Mas no hay que encarcelarle por su desafío a la Constitución. Eso es lo que querría él para convertirse en mártir de la causa. Hay que inhabilitarle. En el futuro los jueces decidirán sobre la fla­grante corrupción del 3% y otras mordi­das que a él, presuntamente, le atañen. La suspensión parcial de la Autonomía catalana, como en cuatro ocasiones dictó el Gobierno británico sobre Irlanda del Norte, forma parte de las previsiones constitucionales. Si José Luis Rodríguez Zapatero no hubiera tenido la ocurrencia de avalar el nuevo Estatuto catalán, si Mariano Rajoy no hubiera reaccionado con cachaza y pasividad ante el ordago secesionista, bajo la sandez arriólica de «aquí no pasa nada porque el tiempo lo arregla todo y lo mejor es tener el pico cerrado», la situación sería muy distinta y no haría falta pensar en medidas drás­ticas. Habrá que garantizar, en todo caso, el imperio de la ley porque parece seguro que Oriol Junqueras, su marioneta Artu­ro Mas y demás cómplices manipularán los resultados de las elecciones autonó­micas del 27 de septiembre para presen­tarse como vencedores aunque pierdan en número de votos.

Felipe González ha señalado certera­mente, coincidiendo con la plataforma Tercera Vía, de la que forma parte, lo que procede hacer: propugnar el diálogo y negociar hasta la extenuación porque la política es una larga paciencia, un largo, largo saber esperar.

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