EL 70% de la juventud permanece indiferente ante
el sistema; el 30% está indignada; casi el 100%, asqueada. Tras cuatro
décadas, el régimen, que no ha sabido hacer las imprescindibles reformas
internas, se desmorona lentamente. Desde hace cinco o seis años estaba claro
que se produciría el fin de un sistema agotado. Eso es lo que estamos viviendo
ahora. Las nuevas generaciones han mordido la yugular de la vida política y la
situación se descompone ante los ojos de los españoles.
Mariano Rajoy pudo abordar la reforma
constitucional ordenadamente desde dentro, primero porque era imprescindible,
después, para evitar que se plantee revolucionariamente desde fuera. No quiso
hacer nada. Acogió la propuesta desde el desdén de su mayoría absoluta que para
tan poco le ha servido. La ley de abdicación, que era la de la proclamación de
un nuevo Rey, se aprobó por el 86% del Congreso y el 90% del Senado, gracias a
la generosidad de Juan Carlos I, al buen sentido del PP y a la política de
Estado de Rubalcaba. Funcionó, quizá por última vez, el espíritu de la
Transición, el pacto de Estado de 1978 entre el centro derecha y el centro
izquierda para las grandes cuestiones nacionales. Conforme al artículo 168 de
la Constitución, su reforma exige los dos tercios de ambas Cámaras, elecciones generales,
otra vez los dos tercios de Congreso y Senado y a continuación referéndum
nacional. Como anticipó Felipe González, un Gobierno de coalición de un par
de años habría garantizado también en el segundo envite los dos tercios de las
Cámaras y la organización seria del referéndum en el que todos los españoles, y
entre ellos los catalanes, hubieran ejercido su derecho a decidir. El sistema
reformado conforme a las aspiraciones de las nuevas generaciones tendría
larga vida por delante. Mariano Rajoy
dijo que no y hay que ver la situación en la que se encuentra ahora. Mucho más
importante que la solución a la crisis económica, en cuya gestión el líder del
PP ha estado sobresaliente, era aceptar el agotamiento del régimen y la
imprescindible reforma constitucional.
«¿Pero, qué reforma es la que quieren?», se
excusaba Rajoy para no hacer nada. Está y estaba claro, sin embargo, que es
necesario, aparte la pequeña cuestión de la sucesión no discriminatoria en la
Corona, abordar el Título VIII, cerrar el sistema de transferencias, fijar
límites al déficit y a la fiscalidad y recuperar para el Estado la Educación.
Fue un disparate, perpetrado en tiempos de Adolfo Suárez, transferir una
cuestión que ha conducido a 17 formas distintas de estudiar la historia de
España, con grave agresión a la unidad nacional. La reforma constitucional
debe abordar también la situación de Cataluña, buscando soluciones flexibles
dentro del respeto absoluto a la soberanía del conjunto del pueblo español.
También hay que modificar la ley electoral, así como otra serie de cuestiones
de diverso calado.
Pero no vale la pena llorar sobre la leche
derramada. De lo que se trata ahora es de afrontar lo que no se ha hecho y debió
hacerse y procurar que el futuro de España no nos devuelva a la tentación
cainita que ha zarandeado los dos últimos siglos de la vida española.
Luis María Anson
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada