dimecres, 13 de gener del 2016

2386-UNA TORTA EN LO ALTO DEL OCCIPUCIO

LA PRIMERA ocurrencia, o el primer chis­te que me llegó sobre el nuevo president de la Generalitat, fue a las pocas horas de la investidura y no hacía referencia a su apellido (Puigdemont: Picodemonte) ni a su naturaleza política (radical, por supues­to) sino a su peinado. Un peinado propio apostada a la orilla de la actualidad levan­tando acta con sus gracietas. Esta vez le ha tocado a Puigdemont. Bienvenido al club, president.
Los chistes suelen nacer en edificios ofi­ciales, aprovechando la escasa productivi­dad de quienes tienen un rotulador en la de un adolescente al que no le obedecen las greñas. Un peinado años sesenta, mitad bohemio, mitad de colegial indómito, con un toque Beatles en su primera etapa. Un look antiguo pero respetable, y no como la ensaimada que llevan ahora en lo alto del occipucio.
Aquí cualquier novedad se celebra con una viñeta de cómic. Siempre hay gente mano. El chiste que viajó por la Red era un montaje de dos fotografías ensambladas: una del president y otra de Anna Gabriel, ambos con idénticos flequillos. Puigde­mont lucía el flequillo de Anna Gabriel, y Anna Gabriel lucía el suyo propio. El mon­taje consistía en cortar el flequillo de Puig­demont por el expeditivo sistema del ha­chazo como agradecimiento a la cupera Gabriel. La jugada parecía inspirada por el mismísimo Dani Rovira, que en Ocho ape­llidos vascos alucinaba con el flequillo de su compañera Clara Lago.
Se trata de un flequillo de corte francés que algunos llaman Amelie como homena­je a la película del mismo nombre. En Es­paña (y perdón por la palabra) lo llevan al­gunas chicas alternativas, especialmente vascas (de Bildu o así) y catalanas (CUP). Aunque su denominación de origen es francés y tiene carácter nacional (a Juana de Arco siempre se la representa con ese flequillo), aquí ha hecho fortuna en los movimientos de izquierdas (feministas, culturetas, lesbianas y gente del arte y la política).
Pero volvamos a los chicos, que es lo que me ocupa hoy. Digo chicos porque es la mejor forma de acariciar el rejuveneci­miento (el mío, no el de ellos). Los chicos son muy aficionados a cambiar de peinado. Sobre todo los futbolistas, que una semana sí y otra también, llevan un corte de pelo diferente. Bien mirado, nada se lo impide.
En todo caso el sentido del ridículo, pero son tan jóvenes y tan ricos que ni se lo plantean. Al chico ambiguo o metrosexual, coqueto hasta la exasperación, le gustan las travesuras. En el caso de los futbolistas, esas travesuras suelen circunscribirse a la cabeza, el único territorio que les queda li­bre para experimentos.
Primero les vimos de rastafaris por co­modidad, y luego decolorándose el pelo y tiñéndoselo de rubio platino (Cañizares fue el ejemplo más representativo). Otros probaron con cortes cherokees o con abracadabrantes tortas encima del occipu­cio. Es el caso de Sergio Ramos (no se ha­lla, el pobre) y Messi, que también va dan­do tumbos por las peluquerías, a ver si en­cuentra un rapado mono. Pero no existe la ensaimada fetén, como no existe el smo­king más favorecedor. Yo le entiendo. Pudiendo gastarse el dinero en un smoking de lunares ¿por qué se van a conformar con uno negro de camarero, igual a los mi­llones de smokings negros de camarero que hay por el mundo?

CARMEN RIGALT

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