LA PRIMERA ocurrencia, o el primer chiste que me llegó sobre el nuevo
president de la Generalitat, fue a las pocas horas de la investidura y no hacía
referencia a su apellido (Puigdemont: Picodemonte) ni a su naturaleza política
(radical, por supuesto) sino a su peinado. Un peinado propio apostada a la
orilla de la actualidad levantando acta con sus gracietas. Esta vez le ha
tocado a Puigdemont. Bienvenido al club, president.
Los chistes suelen nacer en edificios oficiales, aprovechando la
escasa productividad de quienes tienen un rotulador en la de un adolescente al
que no le obedecen las greñas. Un peinado años sesenta, mitad bohemio, mitad de
colegial indómito, con un toque Beatles en su primera etapa. Un look antiguo pero respetable, y no como la ensaimada que llevan ahora en
lo alto del occipucio.
Aquí cualquier novedad se celebra con una viñeta de cómic. Siempre hay
gente mano. El chiste que viajó por la Red era un montaje de dos fotografías
ensambladas: una del president y otra de Anna Gabriel, ambos con idénticos
flequillos. Puigdemont lucía el flequillo de Anna Gabriel, y Anna Gabriel
lucía el suyo propio. El montaje consistía en cortar el flequillo de Puigdemont
por el expeditivo sistema del hachazo como agradecimiento a la cupera Gabriel. La jugada parecía inspirada por el mismísimo Dani Rovira,
que en Ocho apellidos vascos alucinaba con el flequillo de su
compañera Clara Lago.
Se trata de un flequillo de corte francés que algunos llaman Amelie como homenaje a
la película del mismo nombre. En España (y perdón por la palabra) lo llevan algunas
chicas alternativas, especialmente vascas (de Bildu o así) y catalanas (CUP).
Aunque su denominación de origen es francés y tiene carácter nacional (a Juana
de Arco siempre se la representa con ese flequillo), aquí ha hecho fortuna en
los movimientos de izquierdas (feministas, culturetas, lesbianas y gente del
arte y la política).
Pero volvamos a los chicos, que es lo que me ocupa hoy. Digo chicos
porque es la mejor forma de acariciar el rejuvenecimiento (el mío, no el de
ellos). Los chicos son muy aficionados a cambiar de peinado. Sobre todo los
futbolistas, que una semana sí y otra también, llevan un corte de pelo
diferente. Bien mirado, nada se lo impide.
En todo caso el sentido del ridículo, pero son tan jóvenes y tan ricos
que ni se lo plantean. Al chico ambiguo o metrosexual, coqueto hasta la
exasperación, le gustan las travesuras. En el caso de los futbolistas, esas
travesuras suelen circunscribirse a la cabeza, el único territorio que les
queda libre para experimentos.
Primero les vimos de
rastafaris por comodidad,
y luego decolorándose el pelo y tiñéndoselo de rubio platino (Cañizares fue el
ejemplo más representativo). Otros probaron con cortes cherokees o con abracadabrantes tortas encima del occipucio. Es el caso de
Sergio Ramos (no se halla, el pobre) y Messi, que también va dando tumbos por
las peluquerías, a ver si encuentra un rapado mono. Pero no existe la
ensaimada fetén, como no existe el smoking más favorecedor. Yo le entiendo. Pudiendo
gastarse el dinero en un smoking
de lunares ¿por qué se
van a conformar con uno negro de camarero, igual a los millones de smokings negros de camarero que hay por el mundo?
CARMEN RIGALT
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