EL GOLPE de Estado se ha puesto en marcha en Cataluña. Dejémonos de
eufemismos y llamemos a las cosas por su nombre. La Constitución, en su
artículo 168, establece la vía por la que el secesionismo catalán tendría que
transitar: dos tercios de votos favorables en el Congreso, dos tercios en el
Senado, elecciones generales inmediatas, dos tercios de los nuevos Congreso y
Senado y referéndum nacional para que los españoles, y entre ellos los
catalanes, ejerzan su derecho a decidir. Todo lo que sea apartarse del
articulo 168 se mueve en las fronteras de la sedición y el golpe de Estado.
Ahí es donde estamos. Mejor sería no tener que aplicar el artículo 155 de la
Constitución, y mucho menos el 8, para resolver el ordago secesionista
catalán. Eso es lo que hizo la II República en 1934, con un presidente del
Gobierno de la izquierda radical, pero sería aconsejable que no tuviera que
hacerlo la Monarquía parlamentaria. Se pueden abrir vías nuevas para el
diálogo, la concordia y la conciliación. Los disparates de Zapatero dieron alas
a los secesionistas. La lenidad de Rajoy les ha permitido llegar adonde ahora
están. La gran política consiste en prevenir no en curar. No se ha previsto
lo que podía ocurrir y ahora hay que sanar una grave enfermedad. Conviene no
olvidar, por añadidura, el riesgo de infección puesto que, tras una hipotética
independencia de Cataluña, vendrían en cascada las del País Vasco, Galicia,
Canarias...
Sería aconsejable enfrentar a los aspavientos del señor Puigdemont, a
Carles Masdelomismo, un Gobierno estable y sólido. No parece probable, sin
embargo, que los partidos políticos, atentos siempre al interés partidista
antes que al interés general, hagan lo que deben hacer. La especulación se ha
adueñado de los periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales. Se airean
docenas de fórmulas. Mariano Rajoy dispone de 123 diputados a favor y 227 en
contra. Es un hábil negociador y no se puede descartar que su fórmula
tripartita, aunque con escasas probabilidades, pueda salir adelante. Sánchez
está jugando a dos bandas. La que más le gustaría es el Frente Popular ampliado
pero sabe que no resultará fácil regatear el obstáculo del referéndum catalán
que exige Podemos y rechazan los barones socialistas. Por eso maneja un plan
B: alcanzar una mayoría simple de 130 escaños con Ciudadanos (y tal vez algunos
más de vascos y canarios) y derrotar a los 123 diputados del PP¡ contando con
la abstención de los 97 restantes. Por lo pronto ha conseguido instalar a
Patxi López en la presidencia del Congreso, gracias a la habilidad de Albert Rivera. Podemos tendría entonces la llave
de la investidura. Si se abstiene, abriría los portones del palacio de la
Moncloa a Pedro Sánchez; si vota en contra, no quedaría otro remedio, salvo una
pirueta del PP que convocar nuevas elecciones generales con el correspondiente
despilfarro económico de la campaña electoral pagada por los impuestos con que
la fiscoguillotina de Cristóbal Montoro sangra a los ciudadanos hasta la
hemorragia. Convertido en àrbitro momentáneo de la situación, Pablo Iglesias
se pensaría dos veces qué le conviene más, si el pájaro en mano actual o los
ciento volando sobre las nuevas urnas. El líder de Podemos está muy crecido. La
tarde de la reciente tormenta sobre Madrid, al ver un relámpago, creyó que Dios
había bajado del cielo para hacerle una fotografía. Con flash.
Luis María Anson
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