«PODEMOS y Ciudadanos, bonitos motes, nuevos grupos que intentan
chupar del bote». La sabiduría popular no se equivocaba. Los partidos
emergentes están ya en la pomada, colgados de la teta ubérrima del Estado.
Pablo Iglesias puede prescindir de la turbia financiación persa y venezolana.
Incluso ha pretendido multiplicar por cuatro los dineros parlamentarios
fracturando el reglamento del Congreso de los Diputados. La voracidad de los
partidos políticos carece de límites. Derrochan el dinero a manos llenas en
campañas, publicidades, viajes, banquetes, actos multitudinarios, sedes en las
ciudades y pueblos de España, personal creciente, cinismo elevado al cubo. Los
partidos políticos se han convertido en un suculento negocio y en agencias de
colocación para enchufar a parientes, amiguetes y paniaguados. Deberían
solucionar los conflictos de España y se han convertido en el tercero de los
diez grandes problemas que agobian al ciudadano español.
Mariano Rajoy, a pesar de su excelente gestión económica, tiene
escasas probabilidades de continuar porque sus errores políticos le han
crucificado. La fórmula arriólica «no hay que hacer nada porque el tiempo lo
arregla todo y lo mejor es tener cerrado el pico» ha sido un desastre y no solo
en Cataluña. El Partido Popular, sin Rajoy, mejoraría su capacidad de negociación
pero por el momento esa posibilidad es una entelequia.
Pedro Sánchez está jugando sus cartas con innegable habilidad. Sabe
que su destino es entrar en la Moncloa o volver a su casa con el rabo entre
las piernas. Y se ha entregado a una actividad frenética porque le salen las
cifras en los dos planes que ha puesto en marcha. El plan A es la alianza con
Podemos, 159 escaños más los que pueda rebañar de vascos y canarios. Para que
esta operación prospere, necesita la abstención de los partidos de Mas y Oriol
Junqueras. 17 escaños, y la ha comprado
con la cesión de cuatro senadores. Con Podemos negocia ahora aplazar la
exigencia del referéndum catalán y, bajo cuerda, una reforma, poco probable,
del reglamento del Congreso para que en unos meses Pablo Iglesias consiga tres
grupos parlamentarios más y pueda chupar del bote a cuatro carrillos.
Si el plan A, que es el que le gusta a Sánchez, no prosperara,
entonces intentaría el plan B: alianza con Ciudadanos, 130 escaños, que
podrían rozar los 140 rebañando a los vascos y los canarios, voto en contra
del PP más el foro asturiano, 123 o 124 escaños, y abstención del resto de la
Cámara. Si Pablo Iglesias se opone a los planes de Pedro Sánchez, la ciudadanía
deberá pagar una nueva y costosísima campaña electoral en la que los partidos
políticos despilfarrarán el dinero extraído a través de unos impuestos casi
confiscatorios. Las navajas traperas, en fin, brillan desenvainadas. La clase
política está dando una muestra más de su mediocridad, su cutrez, su
chabacanería, su codicia, su mezquindad y su egoísmo.
Al Rey Felipe VI, tan discreto, tan prudente, tan responsable y eficaz
en el ejercicio de las funciones que la Constitución le otorga, le será muy
difícil deshacer la madeja de los intereses creados para encontrar una
solución razonable de Gobierno que evite el despropósito de unas nuevas
elecciones.
Luis María Anson
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