Otros
echarían en falta un retrato del Rey. O alguna referencia a la Constitución. A
mí me inquietó la ausencia de Jordi Pujol. ¿Ya lo han borrado de la historia? ¿Ya no fue presidente de la
Generalitat durante 23 años? ¿Ya no es como un padre para Artur Mas y para Carles Puigdemont? ¿Ya no es el fundador del partido en el que militan ambos? Parece que
no. Ni a TV3, como era de esperar, se le escapó una mención al hombre que montó
todo esto. En una nación que apela a la legitimidad histórica la facilidad con
que el poder reescribe la historia resulta fascinante. Y aún resulta más
fascinante la naturalidad con que se asume la reescritura. Jordi Pujol ya no
está en la foto. Nunca estuvo. Fue un invento de Madrit.
El retrato
del Rey desapareció en la anterior ceremonia, la que sirvió para investir a
Artur Mas por segunda vez, en 2012; en su lugar se colocó una cortina negra.
Esta vez le tocó el turno a la Constitución. Lo de prometer «fidelidad al
pueblo de Cataluña representado por el Parlamento» le pareció al nuevo
presidente, Carles Puigdemont, «un círculo virtuoso de legitimidad
indiscutible». Evitemos referencias groseras a Adolf
Hitler y a su «dependencia directa» de los
designios del volk, el pueblo;
omitamos inoportunas evocaciones a Pol
Pot, que exterminó a una cuarta parte de
la población camboyana (incluyendo a quienes usaban gafas) con la pertinente
aprobación parlamentaria. Digamos tan sólo que sin un marco legal preestablecido,
un Parlamento es capaz de hacer cosas muy bestias. También es capaz de no
hacerlas. Tengamos confianza. Aunque el nuevo presidente proclamara en su
discurso que Cataluña está «humillada financieramente» por lo que considera
otro país, España: lo de invocar presuntas humillaciones nacionales jamás ha
traído nada bueno. Pero tengamos confianza.
Hubo
mucha gente dentro y poca en la plaza. Nunca había habido, en una toma de
posesión, tan poca gente fuera. Quizá por el rigor de la temperatura, que
apenas rebasaba los 10 grados, un nivel inaceptable para los estándares
barceloneses. Quizá porque los escasos presentes se bastaban y se sobraban
para ejercer la necesaria función de tricoteuses: increparon a los malos catalanes (populares, ciudadanos, socialistas, etcétera) y a las fuerzas de ocupación (los militares
presentes en la ceremonia) y confirieron el necesario ardor popular al
arranque de un mandato en principio corto, de año y medio como máximo. Luego ya
se verá.
Pese a
los indicios inquietantes, como el «círculo virtuoso de legitimidad indiscutible»,
la atmósfera no fue ominosa. Incluso al contrario. El público que acude a los
actos políticos del procés se parece un poco al público de los concursos televisivos. En la
plaza de Sant Jaume dominaban los de Amer, el pueblo gerundense de Puigdemont,
provistos de alegres pancartas. También había un señor con una bandera
española atada a una caña de pescar telescópica. Tolerancia. Buen rollo.
«Círculo virtuoso».
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