Sólo dos hipotéticos escenarios evitarían la repetición de elecciones
en Cataluña: un tamayazo, lo que equivaldría a que alguno de los
miembros de la CUP decidiera, en contra de lo acordado por la cúpula del grupo,
votar a favor de investir a Mas; o bien, que éste decidiera sacrificarse en
pos del procés y dejara que Junqueras o Romeva ocupasen su lugar.
Aunque el alocamiento que ha alcanzado la situación política en
Cataluña hace posible cualquier cosa, esas dos opciones no tienen muchas
posibilidades de convertirse en realidad. La primera por miedo, la segunda
por egoísmo.
En el caso de que, en efecto, ocurra lo más probable -lo que en sí
mismo sería una novedad- y haya elecciones el (6 de marzo, ¿quién gana y quién
pierde?
Empecemos por los ganadores:
Con toda seguridad, la coalición que resultó vencedora en las elecciones
generales en Cataluña volverá a repetir la fórmula, con o sin Ada Colau como
cabeza de lista. Es muy probable que superase el 25% de los votos y que se
convirtiera en la primera fuerza política catalana. Esta coalición aparece
como la mejor apuesta de cambio y se beneficiaría del desgaste de la CUP
También podría robarle votos a los sectores más soberanistas del PSC al
defender un referéndum de autodeterminación desde planteamientos de
izquierda.
El partido de Junqueras, ahora engullido en Junts Pel Sí, irá en
solitario a te elecciones del mes de marzo, confiando en superar en votos a
lo que quede de Convergéncia, como ya sucedió en las elecciones generales. Los
republicanos se convertirán así en el máximo referente del independentismo.
Antes de contabilizar a los perdedores, hay que situar en un terreno
neutro a los dos grandes partidos nacionales. Aunque es probable que el PP (al
que votó el 8,5% en septiembre) pueda mejorar un poco y que el PSC (que tuvo
el respaldo del 12,72%) sufra el efecto del voto útil hacia la coalición
Colau-lglesias, lo más seguro es que ambos partidos se muevan en porcentajes
muy parecidos a los obtenidos el 27-S. El que lo tiene más difícil para
repetir es Ciudadanos, que logró convertirse en el partido de la oposición en
el Parlament (25 escaños con el 17,9% de los votos). Las elecciones de marzo
serán una prueba de fuego para comprobar la fortaleza del tándem
Rivera/Arrimadas.
Los más claros perdedores en unas nuevas elecciones serían:
El hecho de que haya que convocar
nuevos comicios es la prueba evidente del fracaso del presidente en funciones
de la Generalitat. Mas ha sido incapaz de consolidar un frente
independentista, tras dilapidar su ya escaso crédito en una negociación con un
grupo antisistema ante el que prácticamente lo ha cedido todo, excepto su
cargo, naturalmente. Sus posibilidades para ser la cabeza visible del independentismo
en los próximos comicios son nulas.
El partido creado por Jordi
Pujol -aunque se presentara con otro
nombre, como hizo en las generales- acudiría moribundo a las urnas. Tras
echarse en brazos de ERC para conformar Junts Pel Sí y haber destruido la
alianza histórica con Unió, Convergéncia ha perdido su perfil de partido centrista,
representante de una burguesía catalanista no rupturista. El descalabro
político, bajo la dirección de Mas, y la corrupción, con la familia Pujol como
máximo exponente, sitúan al partido que mayor influencia ha tenido en la vida
política catalana en los últimos 40 años al borde de la desaparición.
Será muy difícil que los anticapitalistas repitan los resultados del
27-S. La división al 50% en la asamblea de Sabadell, en la que se debatió
sobre el apoyo a la investidura de Mas, muestra la falta de cohesión de un
conglomerado cuyas dos almas ahora podrán elegir entre una opción netamente
soberanista (ERC) y otra de izquierda radical (En Comú Podem) con posibilidades
reales de formar gobierno. La dimisión de Baños y las protestas de Poble Lliure
(uno de los partidos integrantes de la CUP) muestran la profundidad de la sima
abierta tras el no a Mas. Después de los comicios de marzo, la CUP dejará de un
grupo decisivo y su única alternativa será la de unirse a una coalición de
independentistas y populistas.
Los ciudadanos de Cataluña han visto con perplejidad cómo se han perdido
seis meses (en realidad serían más de tres años, ya que el Gobierno de Mas
podría considerarse como un paréntesis) en un económico momento crucial. La
deslocalización de empresas se ha acelerado, las inversiones continúan
paralizadas y el déficit público sigue descontrolado. Es muy probable que el
voto de castigo de los catalanes se transforme en un aumento de la abstención.
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