dissabte, 10 d’octubre del 2015

2090-NADA QUE DARLES

A España se la ha definido de muchas ma­neras: un sabor, un tañido, una piel, la epopeya «el país del vino y las canciones»; alguna vez, como un país a medio hacer y una Constitución siempre rota. Ya no sa­bemos adónde nos va a llevar la exalta­ción nacionalista, la reivindicación de las desigualdades predemocráticas y castizas. Aquí jamás se dio aquella lealtad de las ciudades-Estado a Atenas, o la de los ha­bitantes de los Estados Unidos a la Constitución del Tío Sam. Lo escribió Marx: «España, como Turquía, es una aglomera­ción de repúblicas mal administradas [...] en ignominiosa y lenta putrefacción». Lo escribió el de Tréveris (población alemana donde nació Marx) en el siglo XIX. Y, en el siglo XXI, la descomposición de un proyecto de vida en común continúa. Lo pensó mucho antes que Marx el poe­ma de Fernán González: «Señor, ¿por qué nos tienes a todos fuerte saña?, por nuestros pecados non destruyas España».

Algunos partidos quieren destrozar la Constitución, el fin y la meta de la ley y de las libertades, la fortaleza que ha im­pedido los pronunciamientos. La Carta del 78 paró una aso­nada, tan proverbial, pero no podrá sobrevivir al asalto de Alí Babá y los 52 salteadores del presupuesto, con sus cupos, sus conciertos, sus independencias, sus referendos. Van con sus banderitas y sus canesúes, no sólo a nuestros parlamentos, sino a los europeos; y no es precisamente en esas asambleas donde se hacen ilustres, sino donde prueban que son peores que sus antepasados. Estamos asistiendo a tantos chantajes y amenazas, a tantas demostraciones de odio, que habría que pronunciar aquella maldición de Eurípides: «¡Ojalá que fue­ra muda la semilla de los hombres miserables!».

Nos recordó esta mañana David Gistau -uno de los caba­lleros de esta profesión- en Más de uno que «El nacionalismo es la guerra», el grito de Angela Merkel y Hollande en Es­trasburgo, era una repetición de la plegaria que lanzó Mitte­rrand, ya con el pie en el estribo, a una Europa a punto de ar­der. El presidente de Francia era partida­rio de no tocar las fronteras porque sabía que se estaba cabalgando sobre el tigre de la xenofobia y la ilusión regresiva.

Diga lo que diga Europa contra las inú­tiles fronteras y el instinto de destrucción de los nacionalistas, aquí sigue la melan­colía del caos, aquella locura que proclamó cantones donde se acuñaba moneda y se declaraba la guerra. Se suceden los hechos grotescos y desatinados. Todo se ha agravado con !a radicalización de unos nacionalistas catalanes que mentían cuando decían “Volem l'Estatut”. Mentían o nunca han sabi­do lo que querían, porque llevan con esta matraca muchos si­glos y siempre culpando a España de su propia indecisión. Pactaron con Inglaterra después de ser varias veces invadi­dos por Francia y su gran enemigo, antes que Rajoy, Melchor Rafael Fernández de Macanaz -procesado por la Inquisi­ción- a propósito de las concesiones que les hizo Felipe V, dijo: «Lograron los catalanes cuanto deseaban, pues ni a ellos les quedó que pedir más, ni al Rey cosa alguna que darles». La escena continúa.


RAÚL DEL POZO

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