dissabte, 31 d’octubre del 2015

2150-'SELFILUÑA'

ANTEAYER nació una república sietemesina y ridicula: Selfiluña. Fué proclamada por los representantes de menos de la mitad de los votos y un tercio del censo electoral de la región de Cataluña, parte del Estado Español desde que Hispania -en la que constituía la región Tarraconense- dejó de ser provincia romana y se constituyó en Estado visigodo independiente. Desde entonces, en todas sus guerras -civiles, sucesorias y exteriores- y en todas las revoluciones y transformaciones del proyecto común español, europeo y cristiano, Cataluña ha formado parte de España, como condados del Reino de Aragón, siempre como parte del proyecto de reconstrucción nacional de la Reconquista, y como parte la Corona de España que reunió las de Castilla y Aragón, hace cinco siglos. Con todos los españoles, luchó en la Guerra de la Independencia, alumbró el sistema constitucional en Cádiz, que proclamó la soberanía del pueblo español y luchó con y contra él, dividida en liberales y carlistas. Siempre como parte, nunca como todo.
Pues bien, sin alcanzar el tercio del censo ni la mitad de los votos en las últimas elecciones regionales, una señora con el españolísimo nombre de Carmen y apellidada Forcadell, comisaria lingüística de CDC -la banda de los Pujol, Mas y otros que  andaban entre policías por sus latrocinios- proclamó «solemnemente» el «inicio del proceso de creación del estado catalán independiente en forma de república». Y para solemnizar esa flatulencia se hizo un selfie no con el parlamento -roto- sino con los jefes de su partido, aunque el partido al que obedecen Junts peí Sí -CDC, su ERC y otros- es el anticapitalista, antiespañol y antieuropeo de las CUP. En rigor, al romper con la legalidad catalana, española y europea que sustenta su cargo, Forcadell  declaró a sí misma nula de pleno derecho. Selfie, luego nula.

En El Estadio del Espejo (y. Écrits) Lacan explica que el ser humano anticipa su maduración al reconocerse en el espejo aun sin tener dominio de su cuerpo. El niño bailotea ante su imagen, viéndose por primera vez como ser, aunque no sea del todo, de ahí que apoye su cabeza en el espejo y, al darse la vuelta, se caiga. De ahí también el conflicto entre lo imaginario y lo real que arrastramos toda la vida. El selfie, la foto, quiere asegurar una totalidad que no existe. Y garantiza el batacazo.

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