Qué lejos
queda aquel 20 de septiembre de 2012 en el que más de 4.000 personas abarrotaron
la plaza Sant Jaume para espolear a Artur Mas y
convencerlo de que, negado el pacto fiscal, la única salida era comenzar a
caminar hacia la independencia. Quizás la interminable concatenación de días
históricos ha acabado por hastiar a la masa soberanista. Quizás Caries
Puigdemont no goce del tirón de su antecesor. O quizás la
suma de ambos factores sea la que explique el desinterés con el que los
catalanes vivieron ayer en la calle la toma de posesión del presidente de la
Generalitat escogido para la tan viable misión de romper con España en 18
meses. Sonrojante resultaría ya comparar la afluencia del público ayer
congregado -400 personas a lo sumo- con el que el pasado mes de julio llevó en
volandas a
Ada
Colau
en su investidura como alcaldesa de Barcelona.
¿Un síntoma de lo que hubiera ocurrido en las elecciones de marzo?
En una
tarde desangelada tomó las riendas Puigdemont, tras ser recibido por unas
pocas
estelades, sus entregados vecinos de Amer y una rojigualda
que se empeñaba en desentonar mientras su portador la alzaba
a varios metros de altura y clamaba: «Somos el
52%, no nos toméis por imbéciles». Ahogada quedó su
consigna entre los mismos abucheos que acompañaron a Jorge
Fernández Díaz y María de los Llanos de Luna a su
llegada a la Generalitat. El ministro del Interior se afanó en departir con Oriol
Junqueras entre chascarrillos y en despedir con un rostro
algo más desencajado a Carme Forcadell, después de que la presidenta del
Parlament inventara una fórmula ilegal para nombrar al nuevo president. Leer
sus labios resultó tan imposible como augurar el final del procés. Sólo un
«vas muy guapa» pudo descifrarse. Se lo dedicaría la delegada del Gobierno a
la ex presidenta de la ANC mientras ésta le señalaba con dedo acusador.
La
corrección se impuso a la tensión y las presencias a las ausencias. Colau -que
faltó al pleno de investidura del pasado domingo- sí acudió a la cita, también
lo hicieron los ex presidentes socialistas Pasqual
Maragall y José Montilla; Miquel Iceta, Lluís Rabell o los diputados de la CUP Albert Botran,
Eulalia Reguant y Gabriela Serra. Ni rastro de Anna
Gabriel y su camiseta zapatista, tampoco de la jefa de
la oposición, Inés Arrimadas, ni del popular Xavier
García Albiol. Esta
fiesta no iba con ellos. Ni con otros
muchos.
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