dimarts, 17 de novembre del 2015

2208-RAJOY, PASO ADELANTE

HA SABIDO concitar el apoyo del centro izquierda del PSOE y también de Ciuda­danos para enfrentarse, conforme al espí­ritu de la Transición, al desafío secesionis­ta de Arturo Mas y sus cómplices. Con el respaldo, por consiguiente, del 80% del voto popular, movilizó en un tiempo ré­cord al Consejo de Estado y al Tribunal Constitucional. Ha descargado sobre Oriol Junqueras, sobre su marioneta Ar­turo Mas y sobre los hirsutos dirigentes antisistema, el peso del Estado de Dere­cho. Debió actuar mucho antes. Lo ha he­cho tarde, pero bien.

Aun así, resulta imposible calcular has­ta dónde puede producirse la reacción de un sector del pueblo catalán porque la tor­peza de varios Gobiernos desde 1978 y las ocurrencias estatutarias de Zapatero han terminado por crear en Cataluña un senti­miento popular secesionista alarmante­mente extendido. Ante cualquier decisión que el Tribunal Constitucional y el Gobier­no de la nación adopten, si se produjeran casos de desobediencia o se multiplicaran los de sedición, se corre el riesgo de una reacción que lance a las calles barcelone­sas a un millón de personas con riesgo de desórdenes, violencias, heridos y muertos. Por eso la prudencia y la proporcionalidad resultan imprescindibles, partiendo siem­pre de que es necesario actuar con máxi­ma firmeza en el cumplimiento de la ley.

Arturo Mas es ya un cadáver político. Pero está de cuerpo presente. Algunos de sus partidarios quieren demorar diez me­ses el entierro y las honras fúnebres. A la CUP le gustaría sepultarle ya, pero el te­mor a nuevas elecciones, en las que podría perder la llave que abre los portones de la Generalidad, tal vez conduzca a los anti­sistema a mantener durante algún tiempo el cadáver en la silla curul, despojando, eso sí, al señor Mas, político de corta inte­ligencia y larguísima, ambición, de los po­deres ejecutivos, hasta convertirle en un frágil florero chino de simple adorno en el despacho presidencial.

Arturo Mas, en fin, le ha dado a Maria­no Rajoy la baza que necesitaba para recu­perar parte del terreno perdido, un sector al menos de los votantes del PP que el pa­sado 24 de mayo se refugiaron en la abs­tención. Al percebe de Arturo Mas alguien debería recordarle la vieja máxima latina: Homo humus, fama fumus, finis cinis, el hombre es barro, la gloria es humo, el fin es ceniza. Y a Mariano Rajoy que solo a la pérdida de votos conduce la sandez arriólica de «no hay que hacer nada porque el tiempo lo arregla todo y es mejor tener ce­rrado el pico».

Acudí el fin de semana a ver una obra de calidad en los Teatros del Canal, certe­ramente pilotados por Albert Boadella. Se titula La clausura del amor, con tórpida iluminación pero interpretación excepcio­nal a cargo de Israel Elejalde y sobre todo de Bárbara Lennie. El teatro estaba aba­rrotado y desde Carmen Alborch a Julia de Castro allí bullía el Madrid de la cultura. Solo de una cosa estaba yo seguro: de que no me encontraría con Mariano Ra­joy. En cuatro años el presidente, que para mayor inri ha establecido un IVA del 21%, no ha ido al teatro una sola vez, ni siquie­ra a los estrenos de Vargas Llosa. Quizá nadie le ha explicado que en Madrid acu­den al teatro cada año un millón de perso­nas más que a los estadios de los cuatro equipos de fútbol de Primera División.


Luis María Anson

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