LO QUE SUCEDA a
partir del próximo 28 afectará a toda España. La frase no es mía, es del
candidato a la presidencia de la Generalitat por el Partido Popular
Xavier García Albiol. Tiene razón. Aunque no sean unas elecciones plebiscitarias, ya
que tal cosa no existe, al igual que no hay bodas definitivas o entierros
provisionales, si son unas elecciones decisivas. En ellas se juzga, le guste o no a Artur Mas, a
Convergencia y su pasado.
Es lo que intenta
evitar el president desde hace cinco años. De ahí su desesperación en camuflar
sus siglas y su candidatura detrás de banderas y comparsas. «No somos nosotros,
es el pueblo», dicen los convergentes. «Obedecemos a la sociedad civil»,
machacan en los medios de comunicación. Pero se les ve el plumero cuando, como
argumento supremo, esgrimen el viejo mantra: «el que va contra nosotros, va
contra Catalunya».
¿La realidad?
Convergencia tiene seis causas abiertas por corrupción, las sedes embargadas,
a su presidente fundador autoinculpado por delito fiscal y a su ex secretario
general dimitido por el caso ITV y, recientemente, el nuevo escándalo de Teyco y sus donaciones a
la Catdem, la fundación convergente.
Mas se esconde entre
entidades y adhesiones inquebrantables, todas subvencionadas, claro. Pero no
lo verán en Sant Cosme, Llefiá, el Polígono Gomal, Vallbona. El Pi de les Tres
Branques y poco más. Sólo he visto a un candidato pasearse una y otra vez por
barrios en los que se refleja la cara oculta del país de las maravillas:
Xavier García Albiol. Con un discurso basado en la transversalidad, la oposición
a la independencia, el pragmatismo de Tarradellas y su experiencia como
alcalde de Badalona, su mensaje empieza a hacer mella en los electores.
Albiol busca la
complicidad del votante socialista del cinturón, harto de un PSC que en
Badalona entrega la alcaldía a las CUP, que con sus votos permite que
municipios como Terrassa entren en la Asociación de Municipios por la
Independencia y que en materia de independencia dice que no, pero que hay que
hablar, y sobre todo que nada con el PP.
Otro tema en el que
Albiol habla sin tapujos es el de la inmigración ilegal. Lejos de las
consignas pijo progres, lo que dice Albiol acerca del cumplimiento de la ley suena a gloria
al vecino de Sils, Vic, Manlleu o Mataró. Mientras la izquierda carece de
discurso en este terreno, más allá del «papeles para todos», que ya se ha visto como acaba, Albiol habla para la gente
de a pie en su mismo lenguaje. No son pocos los socialistas catalanes que
dicen en voz baja sentirse mucho más próximos a Albiol que a Miquel Iceta. Al
ex alcalde de Badalona solamente la falla una cosa: que es del PP. Pero incluso
con el desgaste que supone pertenecer al partido de Rajoy, en poco más de un
mes ha remontado las escasas posibilidades que tenía su partido. Existe un
antes y un después.
«Es el Sarkozy de
Badalona», me decía ayer un conocido periodista catalán, de los que critican en
privado y alaban en público. Pues sí, le dije, Sarko empezó visitando las banlieus parisinas, a pecho descubierto, cuando
los automóviles ardían, la población estaba asustada, la policía acorralada y
el gobierno en sus despachos. Y llegó a la presidencia de Francia.
Si yo fuera Miquel
Iceta, prescindiría de Jordi Serra, su hombre en Badalona, me dejaría de
prejuicios y miraría cómo tengo la agenda del 28, llamaría a este chico del PP
y quedaría para tomar un café. O dos. Porque Albiol ha venido para quedarse, no
lo duden.
MIQUEL GIMENEZ
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