LOS REGÍMENES totalitarios se caracterizan por
la hegemonía de un partido político que patrimonializa como propias las instituciones
del Estado El totalitarismo se basa siempre en una ideología única que los
ciudadanos tienen que asumir si no quieren verse discriminados. En este tipo de
sistemas priman los intereses del partido y del Estado sobre los individuos,
que son meros instrumentos al servicio del poder.
La información se convierte en propaganda, los
críticos son considerados desleales, la oposición es silenciada y las señas
de identidad colectiva se imponen a las preferencias individuales.
El gran apologeta del totalitarismo, el pensador
alemán Carl Schmitt, sostenía que la
voluntad del caudillo está por encima de las leyes porque encarna la representación
del pueblo y de la mayoría. Otro de sus rasgos esenciales es el recurso
a la dialéctica amigo-enemigo, ya que esos regímenes necesitan fabricar un
adversario exterior para aumentar su cohesión.
¿Puede afirmarse hoy que el nacionalismo de Mas
y Junqueras está derivando a un régimen de carácter totalitario? La respuesta
es sí porque, salvando las distancias históricas y aceptando que los nazis
incurrieron en conductas brutales que no tienen nada que ver con lo que ocurre
en Cataluña, se puede sostener que el independentismo está llevando a cabo un
experimento de ingeniería social con muchos de los ingredientes de las
ideologías totalitarias. Si se quiere, estamos ante un totalitarismo blando,
pero lo cierto es que las políticas de la Generalitat coinciden con muchas de
las prácticas que se asocian a aquellas organizaciones en las que los abusos
del poder y el desprecio a los derechos individuales eran justificados por la
consecución de un fin político.
En Cataluña, está en peligro la separación de
poderes porque el nacionalismo lo invade todo, se expande como un gas, como
afirmaba Borrell. Las instituciones han sido fagocitadas por la fantasía de la
cons trucción nacional, que ha pasado a ser prioritaria sobre la gestión de
lo público.
El régimen de Mas se sustenta en el control de
los medios y en una propaganda que exalta la idea de la nación y glorifica a
sus líderes. Por el contrario, la corrupción se esconde bajo la alfombra y
quienes la denuncian son traidores. Ahí está la cadena pública TV3, actuando
sin ningún rubor como un altavoz de partido. Aquello que no les gusta a sus
prohombres es ignorado o vilipendiado.
El nacionalismo es una ideología que establece
las señas de identidad de un clan depositario de las esencias de la nación.
Quien no asuma incondicionalmen- te esos estereotipos identitarios, queda fuera
de la colectividad en Cataluña.
Mas y sus correligionarios han cultivado también
el señuelo del enemigo externo, que encarnan España y el Gobierno de Rajoy,
fuente de todos sus males. Ellos no asumen ninguna responsabilidad por sus
actos, la culpa la tienen los otros. Incluso de que el descontrol de sus
cuentas haya derivado en que las emisiones de la Generalitat sean hoy bonos basura.
Los derechos de los no nacionalistas
son pisoteados, las sentencias de los tribunales no se cumplen, la lengua se
impone bajo multa, los disidentes son insultados, las elecciones ordinarias se
convierten en un plebiscito. Y Artur Mas, que dice no va a respetar la
Constitución si choca contra la voluntad de los catalanes, se molesta porque
Felipe González compara a Cataluña con los totalitarismos de los años 30.
Le recomiendo a Artur Mas que lea a Isaiah Berlín, que definía el nacionalismo
como «el poder más peligroso» contra la convivencia, ya que siempre
acaba dividiendo a los hombres en buenos y malos.
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