dimarts, 15 de setembre del 2015

2015-Buenos y malos

LOS REGÍMENES totalitarios se caracteri­zan por la hegemonía de un partido políti­co que patrimonializa como propias las ins­tituciones del Estado El totalitarismo se ba­sa siempre en una ideología única que los ciudadanos tienen que asumir si no quieren verse discriminados. En este tipo de siste­mas priman los intereses del partido y del Estado sobre los individuos, que son meros instrumentos al servicio del poder.

La información se convierte en propa­ganda, los críticos son considerados des­leales, la oposición es silenciada y las se­ñas de identidad colectiva se imponen a las preferencias individuales.

El gran apologeta del totalitarismo, el pensador alemán Carl Schmitt, sostenía que la voluntad del caudillo está por en­cima de las leyes porque encarna la re­presentación del pueblo y de la mayoría. Otro de sus rasgos esenciales es el recurso a la dialéctica amigo-enemigo, ya que esos regímenes necesitan fabricar un adversa­rio exterior para aumentar su cohesión.

¿Puede afirmarse hoy que el nacionalis­mo de Mas y Junqueras está derivando a un régimen de carácter totalitario? La res­puesta es sí porque, salvando las distan­cias históricas y aceptando que los nazis incurrieron en conductas brutales que no tienen nada que ver con lo que ocurre en Cataluña, se puede sostener que el independentismo está llevando a cabo un ex­perimento de ingeniería social con mu­chos de los ingredientes de las ideologías totalitarias. Si se quiere, estamos ante un totalitarismo blando, pero lo cierto es que las políticas de la Generalitat coinciden con muchas de las prácticas que se aso­cian a aquellas organizaciones en las que los abusos del poder y el desprecio a los derechos individuales eran justificados por la consecución de un fin político.

En Cataluña, está en peligro la separa­ción de poderes porque el nacionalismo lo invade todo, se expande como un gas, co­mo afirmaba Borrell. Las instituciones han sido fagocitadas por la fantasía de la cons­ trucción nacional, que ha pasado a ser prio­ritaria sobre la gestión de lo público.

El régimen de Mas se sustenta en el control de los medios y en una propagan­da que exalta la idea de la nación y glori­fica a sus líderes. Por el contrario, la co­rrupción se esconde bajo la alfombra y quienes la denuncian son traidores. Ahí está la cadena pública TV3, actuando sin ningún rubor como un altavoz de partido. Aquello que no les gusta a sus prohom­bres es ignorado o vilipendiado.

El nacionalismo es una ideología que establece las señas de identidad de un clan depositario de las esencias de la na­ción. Quien no asuma incondicionalmen- te esos estereotipos identitarios, queda fuera de la colectividad en Cataluña.

Mas y sus correligionarios han cultiva­do también el señuelo del enemigo exter­no, que encarnan España y el Gobierno de Rajoy, fuente de todos sus males. Ellos no asumen ninguna responsabilidad por sus actos, la culpa la tienen los otros. In­cluso de que el descontrol de sus cuentas haya derivado en que las emisiones de la Generalitat sean hoy bonos basura.
Los derechos de los no nacionalistas son pisoteados, las sentencias de los tribu­nales no se cumplen, la lengua se impone bajo multa, los disidentes son insultados, las elecciones ordinarias se convierten en un plebiscito. Y Artur Mas, que dice no va a respetar la Constitución si choca contra la voluntad de los catalanes, se molesta porque Felipe González compara a Cata­luña con los totalitarismos de los años 30.

Le recomiendo a Artur Mas que lea a Isaiah Berlín, que definía el nacionalismo como «el poder más peligroso» contra la convivencia, ya que siempre acaba divi­diendo a los hombres en buenos y malos.


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