Todas las advertencias que se están haciendo en los últimos días
sobre las consecuencias en términos económicos que tendría una hipotética
independencia de Cataluña las conocíamos de antemano en su contenido. Es,
simplemente, que ahora las formulan voces muy autorizadas que hasta estos
momentos que se están haciendo en torno al efecto que tales advertencias
están pudiendo producir en el electorado catalán. Porque si el que se explique
a la ciudadanía la realidad de los hechos de una situación de independencia
de Cataluña provoca una mayor inclinación a respaldar la lista se habían
mantenido en un apocado silencio. Por eso, lo más reseñable y estupefaciente de
todo lo que se ha dicho hasta ahora es la respuesta que está obteniendo por
parte de Mas y sus compañeros de candidatura.
No discuten con datos el escenario que dibujan los líderes políticos
del mundo, simplemente desprecian sus declaraciones limitándose a decir «no
se atreverán a echarnos de la UE». Tampoco .son capaces de desmontar con
argumentos contrastables las advertencias de la patronal bancaria, de las
empresarios o del mismísimo gobernador del Banco de España. La última intervención
es la del secretario de Estado de la Seguridad Social. Son cifras abrumadoras
que describen una situación catastrófica no sólo para Cataluña sino también
para el resto de los españoles. Y ante esa avalancha de información objetiva la
reacción de los independentistas es la de recurrir al chascarrillo, como el de
Mas imitando la jerga de los pieles rojas, o diciendo que lo que afirma Luis
María linde es indecente, inmoral e irresponsable y que responde a su afán por
no perder su estatus ni su poder. ¿Eso es todo lo que pueden oponer a
afirmaciones tan importantes y tan rotundamente infrecuentes en representantes
de gobiernos extranjeros y empresas y altas instituciones españolas? ¿Es ése
todo su bagaje? Por eso no tienen ninguna justificación las consideraciones que
aspira a conseguirla, lo único que cabría concluir es que estamos ante una
población hechizada por un relato fantástico a la que no es posible rescatar
del sortilegio y devolver al terreno de lo cierto. Pero eso no tiene que disuadir
a quienes deben hablar y seguir describiendo a los catalanes las consecuencias
de sus actos, de los que todos y cada uno de ios electores serán igualmente
responsables.
Es tramposo y falsario, por tanto, pretender endosar la culpa de la
insensatez colectiva a quienes cumplen con su obligación de describir la verdad.
Y es ridículo recurrir a conceptos como la «ilusión» cuando se está tratando
del futuro de un país amenazado de desgarro. La ilusión es para las fantasías.
Aquí estamos para administrar la cruda, amarga pero también comprometedora y
apasionante realidad.
VICTORIA PREGO
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