UN TONTO vanidoso, y por supuesto equivocado, es
siempre difícil de soportar, pero imposible de respetar ni comprender. Y
absolutamente prohibido de seguir. Esto sucede, gracias a la comprensiva
providencia, con el pesadísimo —pero vacío— Artur Mas. Si tuviera los
seguidores que él cree, yo desconfiaría de la Humanidad. Sus razonamientos —no
tiene ninguno— son risibles (tanto que debería, aclarada su identidad,
dedicarse al teatro cómico). Si alguien pudiera personificar lo contrario de la
eficacia callada e inmediata que caracterizó a Cataluña, sería el señor (?)
Mas. Un eficaz eslogan redentor, que ya va necesitando Cataluña, sería del Mas, el
menos. Cuanto acontece allí es lo que a mí, por curiosidad, me
mantiene vivo (y, sin embargo, no se lo agradezco porque siempre sentí respeto
y cierta envidia por la mayor parte de Cataluña: la menos notable, que es la
auténtica). Y me gustaría saber cuánto va a durar tanta mala comedia de
abnegación y patriotismo fingidos. En el fondo, deseo que caiga el telón
encima de este Mas o menos megalómano lo antes posible, es decir, ya. Porque
Cataluña entera está hoy representada por el escandaloso engreído que peor la
representa. Ojalá los catalanes se tomen un minuto en serio su situación, y la
resuelvan como deben en el siglo XXI: dejando de tener en cuenta a ese
sinsorgo.
ANTONIO
GALA
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