divendres, 25 de setembre del 2015

2047-PREVENIR; NO CURAR

JOSÉ LUIS Rodríguez Zapatero tuvo la ocurrencia de albriciar la reivindicación secesionista del reformado Estatuto cata­lán. Aquel polvo engendró en gran parte los lodos actuales. En el año 2011, Maria­no Rajoy se alzó con la mayoría absoluta y estableció una política económica seria y firme que ha sacado a España del túnel de la crisis. La prima de riesgo alcanzó los 638 puntos y ahora está en el entorno de los 100. Y el paro, que todavía acongoja, se reduce de forma constante. Lo que el presidente del Gobierno no supo hacer, con cuatro años por delante, fue la refor­ma de la ley electoral, que habría evitado el chantaje de los pequeños partidos; y la reforma constitucional, que incorporara al sistema a las nuevas generaciones di­vorciadas de lo que significó la Transi­ción. Tampoco acertó en la terapia del problema catalán.
A Winston Churchill se le atribuyen las frases más certeras del siglo XX. Y casi siempre es verdad. Dijo que la gran políti­ca consiste en prevenir, no en curar. Y te­nía toda la razón. Mariano Rajoy no supo prevenir lo que cocían en Cataluña, Oriol Junqueras y su dócil polichinela Arturo Mas. Reaccionó a lo don Tancredo. Hasta aquí hemos llegado en vísperas de unas inciertas elecciones en Cataluña. Como no se previno a tiempo, ahora habrá que correr para apagar los fuegos fatuos con todos los riesgos que eso supone. Pase lo que pase, y aun suponiendo que la opción de Oriol Junqueras y su títere Arturo Mas fracasara, es innegable que en Cataluña se ha multiplicado un sentimiento secesio­nista que será necesario combatir. Y no con cifras económicas, que eso no sirve para aplacar los fuegos sentimentales.
El 28 de septiembre, se gane o se pier­da, hay que emprender abiertamente, des­de la firmeza en la defensa de la Constitu­ción, un diálogo constructivo entre las dis­tintas fuerzas que han vertebrado las llamadas elecciones autonómicas. Es ne­cesario abrir una tercera vía: la de la ne­gociación, que emprendió lúcidamente Felipe González y que cuenta con muchas de las más claras inteligencias españolas.
La política arriólica sobre el secesionismo catalán -no hay que hacer nada por­que el tiempo lo arregla todo y lo mejor es cerrar el pico- ha demostrado ser una completa sandez. El régimen está agota­do, el espíritu de la Transición se desmo­rona, las generaciones jóvenes exigen una España nueva que supere la voracidad de los partidos políticos y de los sindicatos y que detenga la caravana interminable de la corrupción.
Si las circunstancias, en fin, obligaran a aplicar el artículo 155 de la Constitu­ción, en ningún caso habría que encarce­lar a Arturo Mas. Eso es lo que a él le gustaría para convertirse en mártir. Bas­taría con inhabilitarlo y suspender par­cialmente la Autonomía catalana, confor­me a las decisiones del Tribunal Consti­tucional. El Reino Unido lo hizo en cuatro ocasiones en Irlanda del Norte. Y superó el trauma sin problemas de relieve. La ley es ley para todos. La suspensión parcial o total de la Autonomía catalana está pre­vista en la Constitución. El Estado de De­recho no puede vacilar en la obligación de que se cumpla la ley. Otra cosa es que, a la vez, se emprenda un diálogo que per­mita devolver las aguas descarriadas a sus cauces históricos.
Luis María Anson, de la Real Academia Española.


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