TRAS EL éxito de la diada, en la sobremesa
nocturna del cava y el café con pintas, Arturo Mas disparó su euforia y afirmó:
«Seremos la admiración de Europa. El 27, Junts pel sí
vamos a por los 100 diputados. Los 90 ya están seguros. Y con un porcentaje de
votos superior al 60%. Esto no hay quien lo pare».
Arturo Mas, político de cortos alcances y larga
ambición, avanza tenazmente hacia atrás en su carrera cangrejil. Convergencia
y ERC alcanzaron el 54% de los votos en las elecciones de 1992, el 44% en las
de 2012 y el 39% el pasado 27. La desmesura de los 20'.000 millones de euros
derrochados para financiar la maniobra secesionista no ha servido más que para
partir en dos a la sociedad catalana, con consecuencias incalculables de cara
al futuro desde el punto de vista social.
Tras el éxito de la diada de 2012, Arturo Mas
convocó elecciones anticipadas y aseguró que se encaramaría en los 80 escaños
para negociar con más fuerza con el Gobierno. Se quedó en 50. Acercóse entonces
tembloroso a ERC para no levantar el rabel de la poltrona curul de la Generalidad
y, a cambio de continuar siendo presidente, se convirtió en la marioneta de
Oriol Junqueras, emprendiendo la disparatada carrera hacia el secesionismo que
tanto ha perjudicado a Cataluña y también a España. Despilfarró el dinero
público en embajadas y prebendas, en subvenciones y patrocinios, en desaforadas
campañas del más vario signo y en el control de medios de comunicación públicos y privados.
Fracturó su propio partido y creyó que llegaría a
los 100 diputados y superaría el 60% de la votación.
En el año 2012, tras su fracaso incuestionable,
debió dimitir y resguardarse en casa. Pero aparte la ambición personal, ya se
sentía acosado por su responsabilidad en la corrupción que ha venido financiando
a su partido. Prefirió entregarse a Oriol Junqueras y continuar. Ahora lo tiene
más difícil todavía. Era un hombre de derechas, tal vez de centro derecha, y sus
socios de izquierda y extrema izquierda no parecen muy firmes en la defensa de
su persona, tal y como vaticinó Duran Lleida.
Arturo Mas, que ha perdido el ordago, se resiste
a retirarse de la partida y parece dispuesto a las mayores bajezas humanas y
políticas a cambio de que le permitan continuar haciendo como que gobierna en
el palacio de la Generalidad. Nadie le dice que es ya un cadáver político que
se descompone entre incesantes rumores.
Hay un punto final que no se puede soslayar.
Aunque Arturo Mas hubiera obtenido 100 diputados y el 60% de los votos, no
tendría el menor derecho a la secesión de Cataluña. Conviene no caer en la
trampa de las cifras. El artículo 168 de la Constitución establece de forma pormenorizada
el procedimiento a seguir para una eventual secesión, porque en una nación con
cinco siglos de Historia el de recho a decidir sobre el destino de una parte
del territorio nacional no corresponde solo a los que habitan en ese territorio
sino a todos los españoles. Ni Asturias ni Aragón ni Cataluña ni Cartagena se
pueden declarar independientes sin cumplir lo establecido en el 168 de la
Constitución, que exige en última instancia un referéndum nacional en el que se
pronuncien todos los españoles.
Luis María Anson, de la Real Academia Española
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