HACE TRES
años, Mariano Rajoy debió proceder a la reforma de la ley electoral en consenso
con el Partido Socialista Obrero Español. No lo hizo porque quería establecer
el principio de que gobierne el que gane y los socialistas no estaban de
acuerdo. El presidente popular pudo aceptar la fórmula del sentido común que
es la doble vuelta para las elecciones autonómicas y municipales. No lo hizo
por consejo de Pedro Arrióla, que es hombre muy seguro en sus errores. Y el
batacazo de la primavera pasada fue de primera magnitud. El Partido Popular lo
perdió casi todo porque el vencedor de las elecciones no es el que gana sino
el que gobierna. Con la doble vuelta, Mariano Rajoy hubiera conservado el 60%
del poder autonómico y municipal; el PSOE estaría en el 30% y Ciudadanos y
Podemos habrían desaparecido.
En lugar
de eso hemos asistido al chantaje implacable que los dos partidos minoritarios
han ejercido sobre los dos mayoritarios. Y lo que es más grave para PP y PSOE:
tanto Podemos como Ciudadanos van a jugar un papel relevante en las elecciones
generales del 20-D. Los «frikis» de Podemos y los «insignificantes» de Ciudadanos,
según la arriólica definición, se disponen a escalar altas cotas de poder.
Y todo
ello en medio de una consideración general sobre la bondad del multipartidismo
y la conveniencia de aplastar el bipartidismo, ese bipartidismo que ha dado a
España tres largas décadas de libertad y prosperidad. La experiencia
democrática del último siglo demuestra a las claras en las democracias occidentales,
salvo alguna excepción menor, que la gobernabilidad de una nación está en
función de la alternancia de dos grandes partidos. Charles De Gaulle
estableció la doble vuelta para superar el caos de la IV República, que se hizo
ingobernable. La ley D'Hondt se ha establecido para favorecer a los dos
partidos mayoritarios y evitar el colapso producido por la atomización de los
resul tados electorales. Es verdad que en las úl timas elecciones generales al
PP le costó 40.000 votos el diputado y a IU, 300.000. Pero la ley D'Hondt es
una fórmula que facilita la gobernabilidad aunque ofenda a los minoritarios.
En Grecia, incluso, se otorga al partido vencedor la prima de 50 diputados para
garantizar una gobernación estable.
En las
grandes naciones, desde Estados Unidos a Alemania, desde Japón al Reino Unido,
el bipartidismo es un hecho Ciertamente existen terceros partidos que
condicionan los posibles abusos de los vencedores, pero está claro que un
sistema proporcional sin correctivos termina por hacer imposible gobiernos razonables
y estables.
Gane
quien gane las próximas elecciones, se impone, según la opinión de muchos,
una reforma de la ley electoral que robustezca el bipartidismo e impida por lo
menos a escala autonómica y municipal los chantajes corrosivos a los que he mos
asistido en los últimos meses. Hoy por hoy no
es políticamente correcto decir esto porque la voracidad económica y
las corrupciones tanto del PSOE como del Partido Popular han provocado en la
opinión pública el asco generalizado. Sin embargo, la Historia ha dado
suficientes lecciones a lo largo del siglo XX y España no debe caer en la
trampa de la estéril fórmula proporcional.
I.uis
María Anson, de la Real Academia Española.
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