Si un día Artur Mas se sincerase
(supongo que para eso serían precisas más de veinte barrechas en ayunas),
admitiría que no le interesa lo más mínimo alcanzar la independencia, pues
entonces se quedaría desprovisto de todo propósito, de esa estrella polar que
guíe sus pasos. Para Mas la independencia es como el peplo para Penélope, un
subterfugio con el que perder el tiempo y alargar indefinidamente una situación
que se antoja insostenible.
Y la prueba es que en toda la
campaña apenas se ha hablado de política virtual, de escenarios hipotéticos que
todos saben no se van a producir jamás, mientras la política real, la que
afecta al ciudadano, no ha sido siquiera mencionada. De hecho Mas ha puesto a
dar la cara a un hombre de paja, que no ha tenido nada que ver con su gobierno,
y se ha ahorrado tener que hablar sobre unos de los perores servicios públicos
de España y una corrupción que amenaza con hundir a todo el anterior ejecutivo
en su pozo séptico.
Y, entretanto, el ciudadano de a
pie, entre los que me incluyo, ahíto de todo este juego de tronos, de este
folletín interminable por entregas que amenaza con no concluir jamás.
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