PUESTOS a arropar a un imputado yo habría
elegido a Messi, que seguramente ha procurado a los catalanes más felicidad -y
de mejor clase- que Mas. Pero vaya, cada alcalde arropa a quien quiere. Que
normalmente coincide con el propietario del dedo que le mete en las listas.
Hay imputados e imputados.
Recuerdo que
la mujer de Urdangarin, a la sazón Infanta de España, desfiló para los flashes sobre la
rampa mallorquína con una sonrisa serena y en altiva soledad. Luego declaró
durante seis horas ante un juez bastante menos inclinado a la deferencia que
quien ayer tomó declaración, durante una hora y diez minutos de procedimiento
rutinario, a don Artur. La aristócrata de sangre no se hizo acompañar de
cortesanos para afrontar el paseíllo de la deshonra, y en todo caso nadie dijo
entonces que sentando a una infanta en el banquillo corríamos el riesgo de
fabricar monárquicos; el libertador de palo, en cambio, incapaz de sostener ni
la propia dignidad de víctima solitaria que reivindica, llamó a filas a su ejército
desarmado de Cataluña -en número de dos mil, entre tropa y marinería- para
escenificar su particular 1714 frente a un señor en puñetas. Es la paradoja
del independentista: a la hora de la verdad, no sabe obrar por sí solo.
-Es berlanguiano -precisó Ana Rosa en
plato, mientras desfilaban aquellas imágenes de sazatorniles estelados, vara
en ristre a falta de lanza en astillero, entonando el buen golpe de hoz del
himno premoderno como si aquello en vez de una vista fuera una justa. Qué cosa. «Playboy se vestía y
nosotros nos despertábamos», confesará en sus memorias Romeva dentro de unos
años, recobrados quizá el pudor democrático y el imperio de la ley.
Ahora bien. No queda otra que reconocerle
talento para la coreografía al indepen dentismo. Si la sintaxis trasluce el
pensamiento, la perfección coreográfica refleja la uniformidad mental que
necesita el prusés para seguir rodando. Los
castellers, las sardanas, el 3% convergente, el asamblearismo
CUP la presidencia coral y ahora los séquitos judiciales: si prestamos crédito
a la existencia de identidades colectivas, parece innegable que lo catalán
tiende a la tribu por contraposición al individualismo estepario de la meseta,
donde los imputados van solitos a los juzgados. Incluso tapándose la cara, por
pura vergüenza.
Aunque lo más patético no es el cortejo
de los Juntos por la Impunidad sino la cobardía del mártir protagonista.
Hombre, don Artur. Si quiere usted ganarse fama de insumiso basta con no ir a
declarar. Ni se presente en el juzgado. Tuitee que no reconoce la legalidad española
y actúe con la coherencia que se le presupone a un objetar de conciencia
adolescente. Pero esto de cumplir, por si acaso, para luego enrolar a medio
millar de alcaldes en su nómina puntual de porteros de discoteca no invita precisamente
a compararle con Luther King, George Washington, Juana de Arco o quienquiera
que ocupe ahora su lúbrica fantasía. Es como ese tuitero que al
sentirse atacado retuitea al troll para que irrumpa en su defensa la jauría
de incondicionales. Es poco viril. Así no nos independizamos en la vida,
macho. Y eso que no dejamos de fabricar militancia desde Madrid, según nos
enseñan los equidistantes.
Todas las lecciones de democracia nos
llegan últimamente desde el túmulo catalán de Montesquieu. En esta vida
siempre se empeña en corregirte el que más tiene que esconder.
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