NO HACE falta escudriñar documentos medievales.
Cataluña consiguió la soberanía hace ya tiempo. El 30 de mayo de 1984, para ser
precisos. Jordi Pujol teledirigió una gran manifestación que asedió el
Parlamento catalán y amenazó a los diputados socialistas, cuyo líder, Raimon
Obiols, tuvo que ser rescatado por la Policía. El objetivo aparente consistía
en protestar contra la querella por la gestión fraudulenta de Banca Catalana,
con Pujol entre los imputados. El objetivo real era demostrar quién mandaba. Y
se logró. En esa ocasión callaron muchos de los que ahora denuncian los métodos
del chavismo. Felipe González, por ejemplo. «Hoy hemos hecho una cosa bien
hecha, de la que hablará la historia», proclamó Pujol en esa noche de los
cristales rotos. Pujol impuso su soberanía personal. Dado que él era soberano y
estaba por encima de la ley, ¿por qué no iba a ser soberana y ajena a la ley
toda Cataluña?
Todo viene de lejos. La situación actual ha ido
preparándose durante décadas. Resulta circunstancial que un improvisador sin
escrúpulos, Artur Mas, utilice los recursos de su tutor político para proteger
sus intereses personales, los de su partido y los de la casta engordada con
dinero público, mientras lloran los agravios sufridos por la pobre patria
catalana. Coló con Pujol y cuela ahora. Incluso la CUP, un honesto partido
revolucionario, va a pringarse con esta
gente. Se ha producido un fenómeno de
sonambulismo colectivo.
Pero algún día habrá que despertar. Algún día
habrá que suturar las heridas y propiciar un retorno gradual a la lucidez. Eso
no lo harán los tribunales ni los cenutrios que prometen arreglarlo todo con
dos patadas, sino personas bienintencionadas que recibirán palos de un lado y
de otro. Costará. No sé quiénes serán esas personas, pero cuentan ya con mi
admiración. Pese a los errores que puedan cometer, pese a las obscenidades que
deban amparar, estoy con ellos.
Konrad Adenauer acogió a muchos nazis en el
Gobierno alemán de la posguerra. Tuvo que hacerlo. El presidente de Colombia,
Juan Manuel Santos, hará concesiones repugnantes para acabar con la
narcoguerrilla de las FARC. Y alguien en el PP (contando con que el PP
sobreviva a Rajoy) tendrá que decir algún día lo que ha dicho Arantza Quiroga
sobre la convivencia entre víctimas y asesinos en el País Vasco. Quizá con
otras palabras, quizá con mejor sentido de la oportunidad, pero será lo mismo
que ha dicho, y ha tenido que tragarse, Arantza Qüiroga.
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