Un senador italiano comparó la corte de
Luxemburgo con la de Heliogábalo y no por los placeres sino por su dominio sobre
las provincias (significa vencidas). Los catalanes han olvidado que en las
cortes de Luxemburgo, Estrasburgo y Bruselas, se administran los sueños y los
dineros del continente. Ni quieren entender que hay una nueva metrópoli ni que
los enemigos de la independencia de Cataluña no están sólo en España, sino en
la clase dirigente de una unión que aborrece a los xenófobos, los neonazis, los
que prendieron Europa, destruyéndola.
En Bruselas han seguido el desplome del
plebiscito y ahora descubren que nos tememos aún más que nos odiamos, y que en
enero volveremos a firmar una relación sucia, cobarde y sadomasoquista para
unos años. Ése es el mejor escenario y a ser posible que el interlocutor sea
Artur Mas; los otros son peores.
Mas acusa al Gobierno de Madrid de adoptar una
postura rabiosa y empieza a recular diciendo que no desobedeció, que fue una
rebelión democrática. Un político de la corriente socialista -detesta la
postura de sus compañeros en España- me dice: «Lo grotesco es que Mas, corrupto
y derrotado, es el mejor interlocutor porque la burguesía no quiere la
independencia». Un funcionario de las altas instancias declara: «La cuestión
catalana se ha seguido con relativo interés desde Bruselas mientras la escocesa
se siguió con verdadero desvelo». ¿Por qué esa diferencia?, le pregunto,
«porque la incredulidad domina en el caso catalán: nadie ve factible el ordago
soberanista por vías ilegales».
A los españoles de Bruselas les
cuesta creer que en pleno siglo XXI se plantee, en un Estado democrático
pacífico, una secesión contraria al orden constitucional. Lo peor es la cobardía
y el sentido de culpa de los políticos constitucionalistas y el pánico que les
ha entrado a que puedan chapar a Mas. El político catalán ha declarado: «No
tengo vocación de héroe, ni de mártir». Es cierto: ni tiene vocación de héroe,
ni empaque de mártir. «Hemos tenido suerte de que el que encabeza el desorden
sea, como han dicho, un maniquí -significa hombre pequeño-, un traficante de
escaños, el último mono de la famiglia». Los héroes de las independencias suelen
ser seres carismáticos que galvanizan las voluntades. Ni Mas ni Junqueras se
merecerían nunca poemas de Yeats. Ahora sería un absurdo que siguieran, porque
han perdido el sucedáneo de referéndum y han tenido suerte, porque si las elecciones
del 27-S hubiesen sido un referéndum legal, la cuestión estaría zanjada para
dos generaciones, como en Escocia.
La corte de Bruselas mira asombrada
cómo se desbordaron las masas infantilizadas. Tenía razón Renán: «Lo que
constituye una nación no es la lengua ni el grupo étnico, sino los mitos del
pasado». Los amotinados han logrado reescribir, catalanzándola, aquella canción
de coro y recreo que entonaron los niños durante dos siglos en España:
«Quisiera ser tan alta como la Luna, como la Luna, para ver a los soldados de
Cataluña». ¡Pero si los soldados eran mesetarios y el tamborilero de Bruch
defendía España!
RAÚL DEL POZO
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