NADIE se está tomando en serio la propuesta de presidencia coral
formulada por una dama de la CUP que
responde al arcangélico nombre de Anna Gabriel. Los más sutiles dicen que es un globo sonda; los menos, que
es un globo sin más, marihuanero. Pero lo cierto es que se veía venir. Después
de la singularidad, la fiscalidad y la ordinalidad tenía que llegar la
coralidad: un govern-castellet, una superación folclòrica y asamblearia de lo institucional que
jubila la concepción monoplaza del poder-ese arcaísmo, propio de la era de la
responsabilidad individual- e instaura
el jardín de infancia horizontal, el corro de la patata soberana, el achupé
ejecutivo.
Sucede que Anna Gabriel
es la número dos de lo suyo, lo cual significa que hay un número uno y un número
tres, e incluso un número
cuatro y un número cinco, y así seguido hasta el décimo diputado cosechado por là CUP el 27 de septiembre. El Sistema prueba su
intrínseca perversión forzando al asamblearismo más sonrosado a formar en
áspera jerarquía, e incluso a pelearse por
figurar más alto en la papeleta, ya que ni siquiera Adán está libre de Caín. La CUP aparece así como un partido
fundamentalmente paradójico que combina la quechua con el escalafón, se
declara internacionalista pero le obsesiona la aldea, aúlla contra el capital mientras
pacta con la burguesía y predica la insumisión sin dejar de ejercer el poder
legislativo. No puede sorprender por tanto que en el zapatero ideológico de
David Fernández convivan las polainas decimonónicas con las sandalias pos-
modernas.
Ahora bien. Hay que reconocer que una presidencia coral en Cataluña es
una idea maravillosa. Ni Platón, ni Agustín, ni Moro, ni Proudhon se atrevieron
a soñar utopía tan audaz: un régimen colmenero sin abeja reina, el poder sin
autoritaris mo, las decisiones de gobierno desligadas de la necesidad de
responder por ellas -¿quién de los chicos del coro reconocerá que desafinó?la
convivencia edénica, preternatural, anterior a la manzana de Eva. He aquí la
política según la CUP: una democracia pastelera, democracia CUPcake. ¿Y por qué no replicarla en La Moncloa? ¡Se acabaron las campañas
electorales, su tabarrón siempre paralelo y siempre perpendicular! Llega la
edad de la política yuxtapuesta en que los atávicos contendientes de Goya
tiran la garrota y se abrazan: que manden juntos Mariano, Pedro, Albert y Pablo. Cuatro sillones, un solo Consejo
de Ministros. ¿Quién da más en cotas de pluralismo y representatividad? Y
llegados a este punto de ecumenismo, ¿qué impide que un gran simio acceda a ese gabinete coral al objeto de
que represente no ya a los ciudadanos, tan antropomórficos, sino al orden
entero de los mamíferos?
El democratismo degenera en democretinismo cuando se renuncia primero a los estudios de Derecho y después al mero
ejercicio de la adultez, entendida como libertad responsable. Hay dos cosas que
uno nunca se explicará, quizá porque no tiene valor para investigarlas. Una es
la oscura utilidad que reservan los chinos (al menos los que te despachan en el
bazar) a la uña de su meñique para que adquiera esa curvatura de garra y esa
tonalidad de pergamino. La otra es cómo ha llegado una respetable metrópoli
mediterránea llamada Cataluña a depender de la CUP
JORGE BUSTOS
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