No son
socialdemócratas, pese a que lo afirman. Simplemente odian lo que los demás
construimos. Son el eslabón perdido de una izquierda que sí evoluciona en el
resto del mundo y exhibe con orgullo su compromiso con sus respectivos países
en Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia o cualquier otra nación avanzada.
Acusan de
franquista a todo el que se compromete en la construcción de una patria
próspera y abierta. Tachan de fascista al que siente con orgullo y
agradecimiento el legado de nuestros antepasados que, desde una ideología, la
contraria o ninguna en la mayoría de los casos, han peleado a lo largo de la
Historia por dejarnos un gran país. Pero son ellos quienes nunca abandonarán
su caverna, su patética nostalgia de una imaginaria Segunda República que ni
conocen ni quieren asumir en su destructiva materialización.
Viven su
farsa. La de creerse revolucionarios por no acudir a los actos de la Fiesta Nacional,
como ha hecho Pablo Iglesias. La de sentirse
progres, como Ada Colau, por
tachar de genocidio la Historia de España -nunca le he oído referirse a la
matanza de 95 millones de personas del bloque comunista-. La de considerarse el
seguidor de Bolívar por afirmar, como
el Kichi, que «nunca descubrimos América, masacramos y sometimos
un continente y sus culturas en nombre de Dios» -¿sabrá él lo que fueron las
Leyes de Burgos de 1512 que reconocieron la libertad de los indios?-. La de
mirarse al espejo viéndose como un líder del proletariado por escribir, como
hizo el concejal de Santiago de Compostela Rafael Peña: «Puta
Patrulla Águila. Puto Ejército. Puta España».
Una farsa
muy distinta de la realidad de la izquierda que evoluciona. La de
Manuel Valls, que en su asunción de poderes como primer ministro
francés se declaró «socialista, republicano y patriota». La del SPD alemán, que
en su programa de definición de principios declaró que «la República Federal Alemania
es y seguirá siendo un Estado social federal. Nos declaramos partidarios de
este Estado federal porque se corresponde con la tradición alemana [...]». O la
de la ex primera ministra danesa y socialdemócrata
Helle Thorning-Schmidt, quien tras decir á su partido que «se
podía guardar las consignas marxistas» y «el discurso de la lucha de clases»,
exhibió con orgullo el compromiso de su partido en la construcción de
Dinamarca y dijo tras los comicios: «Hemos demostrado que los socialdemócratas
somos la gran fuerza motriz del país». Nuestros primitivos, sin más, odian.
Sin darse cuenta de que hasta su expresión pública del odio se la deben a sus
antepasados. A su país.
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