ANTEAYER nació una república sietemesina y
ridicula:
Selfiluña. Fué proclamada por los representantes de menos de la
mitad de los votos y un tercio del censo electoral de la región de Cataluña,
parte del Estado Español desde que Hispania -en la que constituía la región
Tarraconense- dejó de ser provincia romana y se constituyó en Estado visigodo
independiente. Desde entonces, en todas sus guerras -civiles, sucesorias y
exteriores- y en todas las revoluciones y transformaciones del proyecto común
español, europeo y cristiano, Cataluña ha formado parte de España, como
condados del Reino de Aragón, siempre como parte del proyecto de reconstrucción
nacional de la Reconquista, y como parte la Corona de España que reunió las de
Castilla y Aragón, hace cinco siglos. Con todos los españoles, luchó en la
Guerra de la Independencia, alumbró el sistema constitucional en Cádiz, que
proclamó la soberanía del pueblo español y luchó con y contra él, dividida en
liberales y carlistas. Siempre como parte, nunca como todo.
Pues bien, sin alcanzar el tercio del
censo ni la mitad de los votos en las últimas elecciones regionales, una señora
con el españolísimo nombre de Carmen y apellidada Forcadell, comisaria
lingüística de
CDC -la banda de los Pujol, Mas y otros que andaban entre policías por sus latrocinios-
proclamó «solemnemente» el «inicio del proceso de creación del estado catalán
independiente en forma de república». Y para solemnizar esa flatulencia se hizo
un
selfie no con el parlamento -roto- sino con los jefes de su
partido, aunque el partido al que obedecen Junts peí Sí -CDC, su ERC y otros-
es el anticapitalista, antiespañol y antieuropeo de las CUP. En rigor, al
romper con la legalidad catalana, española y europea que sustenta su cargo,
Forcadell declaró a sí misma nula de
pleno derecho. Selfie,
luego nula.
En El Estadio del Espejo (y. Écrits) Lacan explica que
el ser humano anticipa su maduración al reconocerse en el espejo aun sin tener
dominio de su cuerpo. El niño bailotea ante su imagen, viéndose por primera vez
como ser, aunque no sea del todo, de ahí que apoye su cabeza en el espejo y, al
darse la vuelta, se caiga. De ahí también el conflicto entre lo imaginario y lo
real que arrastramos toda la vida. El selfie, la foto, quiere asegurar una totalidad que
no existe. Y garantiza el batacazo.
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